Prácticamente desconocido hasta hace unos días fuera de Bélgica y sin experiencia internacional, el primer ministro belga, Herman van Rompuy, de 62 años, se convierte en el primer presidente de la nueva Unión Europea (UE) configurada en el Tratado de Lisboa.

Se le tiene por pragmático, discreto, hábil negociador y experto en lograr consensos. Estas cualidades han contribuido sin duda a que los líderes europeos optaran por ese hombre que no llevaba ni un año al frente del Gobierno belga.

Nacido en 1947 en Bruselas, se educó en un colegio jesuita y después estudió Filosofía y Economía en la Universidad Católica de Lovaina. Miembro del Partido Cristianodemócrata Flamenco (CVP), de donde nunca se ha movido, fue presidente de esta formación entre 1988 y 1993. Entre 1993 y 1997 fue ministro del Presupuesto y se le reconoce el mérito de haber reducido drásticamente la deuda pública que entonces alcanzaba el 130%.

Convulsión

Van Rompuy se hizo cargo del Gobierno belga, casi a su pesar, en diciembre del año pasado y heredó de su antecesor y compañero de partido, el polémico Yves Leterme, un país en plena convulsión entre las comunidades flamenca y francófona. Con él, las aguas han vuelto a su cauce e incluso ha habido algunos avances en el plano institucional. Por eso, una de las incógnitas es qué ocurrirá en Bélgica tras su marcha.

Bajo un aspecto de hombre serio, Van Rompuy hace gala a menudo de un gran sentido del humor y mantiene una curiosa afición por componer haikus (poemas breves japoneses que él escribe en flamenco). Se le considera un intelectual y es autor de seis libros. Profundamente católico --a veces se ha retirado algunos días a la abadía de Affligem, en el Brabante flamenco, para meditar y renovar su fe-- se dice de él que le ha costado mucho aceptar divorcios e infidelidades entre sus compañeros de partido. Precisamente a causa de sus creencias religiosas, defiende una Europa cristiana en la que no tendría sitio Turquía, según manifestó hace cinco años en un debate en el Parlamento belga.

Sus opiniones sobre las cuestiones europeas son todavía poco conocidas, pero pasa por ser un federalista. La semana pasada sugirió la idea de un impuesto verde europeo para alimentar el presupuesto de la Unión Europea, lo que desató las iras de los euroescépticos británicos.