Junto a las calabazas y las decoraciones de Halloween que tanto gustan a los niños, abundan en las casas unifamiliares del bulevar Sumner Lake de Manassas (Virginia) los jardines cubiertos por las hojas ocres de este tardío otoño. Forma parte de las normas cuando se vive en Suburbia (esas extensiones de casas unifamiliares en las afueras de las grandes ciudades o que forman las pequeñas ciudades a lo largo de EEUU) que los vecinos cuiden sus propios jardines, limpien la nieve en invierno y retiren las hojas en otoño. Pero en el Sumner Lake hay muchos menos vecinos de lo que solía. Los abundantes carteles de casas en venta coronados por la palabra maldita ("Desahucio") dan fe de ello.

"Abandonaron el vecindario hace dos semanas. El se quedó sin trabajo y no pudieron pagar la hipoteca", comenta Colleen de sus antiguos vecinos, los Stewart. Desde que se fueron "al menos han venido seis personas interesadas en la casa", informa Colleen. Es una tendencia general en Manassas y su condado, el Prince William, donde solo en el mes de septiembre hubo 844 desahucios de casas. Según datos de la Asociación de Agentes Inmobiliarios del Norte de Virginia, en algunas zonas del condado los precios de las viviendas han descendido hasta un 41%, haciendo imposible para los propietarios que no pueden asumir la hipoteca cubrir el préstamo vendiendo la casa, ya que suelen deber más de lo que cuesta la vivienda. Los bancos se quedan, pues, las casas, lo que contribuye a que baje aún más el precio en el mercado.

Durante décadas, a lomos de la industrialización, de las grandes extensiones de tierra de EEUU y de los bajos precios de la gasolina, comprarse una casa en Suburbia era mucho más que una opción de calidad de vida: era el gran símbolo del sueño americano para la clase media estadounidense. Por eso, la crisis inmobiliaria ha golpeado especialmente a este segmento social, clave para la economía del país y que ya tenía otros motivos de preocupación, desde la sanidad hasta el coste del combustible pasando por la educación. Según publicó en el diario The New York Times Robert B. Reich, profesor de Berkeley y secretario de Trabajo con Bill Clinton, hoy un 1% de la población se lleva el 20% de los ingresos nacionales; en 1980, ese 1% se llevaba el 8%. Y es que el bienestar económico de los últimos años no se ha trasladado a los ingresos de la clase media y cuando ha llegado la crisis, ella ha sido la más castigada.

Y con ella, el resto de una economía basada en el consumo. Es un círculo vicioso. A menos consumo, menos producción, más dificultades para las empresas, menos empleo y menos consumo. Un ejemplo claro: las empresas automovilísticas de EEUU se enfrentan a la competencia asiática, pero también a que el precio del petróleo hace que su modelo tradicional de vehículo (grande y que gasta mucho) sea inasequible. Ahora se llevan los híbridos o coches más pequeños. Por eso General Motors, Ford y Chrysler afrontan la peor crisis de su historia. Sus despidos no hacen más que agravar la situación en lugares como el estado de Michigan. El pasado año, el Congreso pidió a un equipo de académicos que definiera la clase media. La conclusión fue que es un concepto "subjetivo", que más o menos abarca a gente que gana entre 30.000 y 155.000 euros al año pero que, sobre todo, depende de cómo se considera cada familia. Una forma de valorarlo es por la lista de los problemas que citan. "Gasolina, la hipoteca, la educación y la sanidad", recita en una gasolinera de Manassas Joe Brown. Joe es lo que George Bush calificó en cierta ocasión como "un típico estadounidense": un pluriempleado. Trabaja de mecánico de día y de camarero por la noche. "Solo así puedo pagar las facturas", comenta.

Durante mucho tiempo, a Suburbia se le imputaron todos los males: desde contribuir con su uso imprescindible del coche a la degradación del medio ambiente hasta ser la mayoría silenciosa pergeñada por Richard Nixon que con su ideología conservadora constituye el votante típico republicano. Pero este año sus inclinaciones electorales parecen ir por otros derroteros. "Bush nos ha hecho mucho daño. Yo votaré por Obama", dice Joe. Una pegatina en su coche corrobora sus palabras.