Me ha ocurrido algo insólito. Hace unos días conocí al rector del Seminario, una persona afable y encantadora con la que dialogué durante un buen rato. Al despedirme nos dimos nuestros respectivos móviles y mientras tomaba nota se me helaba la sangre, ya que empezaba por 666, el símbolo demoníaco por excelencia. Lo miré, me miró, nos sonreímos y me marché.