Esperanza Aguirre siempre soñó con acabar su carrera como alcaldesa de Madrid. Después de 34 años en política, en los que fue la ministra de Educación atolondrada de José María Aznar, presidenta del Senado y de la Comunidad de Madrid, administración que dirigió con mano de hierro, igual que el PP de la región, durante 9 y 12 años respectivamente, ansiaba ocupar un puesto con escaso poder nacional pero de gran proyección. Hace años que tiró la toalla de disputar la silla a Mariano Rajoy y se conformaba con ser su pepito grillo, la sempiterna imagen de la pequeña oposición al líder.

Pero un charco lleno de «ranas» se ha interpuesto en su camino. El último en saltar a la ciénaga, su delfín, Ignacio González, por quien ella ha puesto la mano en el fuego siempre. Pero su sucesor al frente de la Administración regional lleva entre rejas desde el miércoles por enriquecerse, presuntamente, a través de la empresa pública Canal de Isabel II, al igual que su mano izquierda en el partido, Francisco Granados, que fue encarcelado hace más de dos años por la trama Púnica.

La operación Lezo, en la que se investiga el lucro ilícito de González pero también la financiación del PP madrileño, supone para muchos en las filas conservadoras la puntilla al aguirrismo, término que engloba a la propia lideresa y al menguante séquito de fieles que durante años le ha sido leal. El equipo de Rajoy ansía y alienta, entre bambalinas, que Aguirre dimita de su puesto de portavoz municipal en Madrid, convencido de que su situación es cada vez más insostenible. Pero de momento no han dado el paso de pedírselo en público para evitar que se atrinchere.

Pero si en febrero del año pasado dejó las riendas del PP de Madrid por su responsabilidad in vigilando, es decir, por no haber detectado los movimientos de Granados en la sombra, «qué puede alegar ahora para mantenerse en el cargo después de haber caído su mano derecha», se preguntan en la sede nacional, donde no albergan dudas de que Aguirre no ha metido la mano en la caja, pero sí consideran que debería asumir, de nuevo, responsabilidades políticas.

En medio de la tormenta, ella insiste en que destapó la Gürtel y se hace la víctima cual jefa ignorante y traicionada mientras medita nuevos argumentos de defensa. Según su versión, apenas le han salido tres «ranas» de los 500 cargos nombrados en su larga carrera, pero en realidad son una veintena los dirigentes de su cuerda que están en el punto de mira de la justicia, por no mencionar que los tres secretarios generales que el PP de Madrid ha tenido en los últimos 20 años están condenados o en prisión. Entre ellos Granados y González, mientras el primero, Ricardo Romero de Tejada, fue propietario de una tarjeta black.

Su último capítulo

Acorralada por la corrupción estructural, la trayectoria de Aguirre, que está marcada por sus raíces liberales, su carisma, ambición y manejo de los medios, parece tocada a su fin. Ahora, en unas semanas o como muy tarde antes de las municipales, deberá retirarse. Aunque el último capítulo de su vida política comenzó a escribirse tiempo atrás: cuando dejó repentinamente la Comunidad en manos de González, cuando volvió a la vida pública para frenar a Podemos y perdió la alcaldía a manos de Carmena y cuando soltó las riendas del PP.