De Rosa Aguilar se podría escribir un libro, pero aquí solo cabe un pequeño perfil biográfico. Su vida política incluye muchas vidas, como un juego de muñecas rusas en el que siempre hay una matrioshka nueva. De su vida personal se sabe poco, apenas que es buena amiga de sus amigos y una apasionada del deporte, que practica y disfruta a partes iguales. Le dedica al trabajo 25 horas al día y tiene fama de ser muy exigente con sus colaboradores. Tiene un carácter austero y una memoria prodigiosa para las caras y los nombres. Es probablemente la cordobesa que más cargos de primera línea ha ostentado en el último siglo, junto a Carmen Calvo.

Nacida en 1957, hija única, tuvo una infancia difícil tras perder a su padre con tan solo ocho años y tenerse que hacer cargo pronto del negocio familiar, una mercería, y después de su propia madre, que murió cuando Rosa tenía 27 años. Estudió en el colegio de monjas de Las francesas y se define creyente, aunque «a su manera», entendiendo el cristianismo como un compromiso social, alejado del dogmatismo y de la jerarquía. Se licenció en Derecho en la Facultad de Sevilla con 23 años, aunque desde los 16 años se batía ya el cobre en el PCE de la clandestinidad, donde llegó desde las juventudes cristianas. De la mano de Manolo Rubia entró en CCOO, donde trabajó en su asesoría jurídica hasta 1985, año en el que montó un despacho con otros compañeros.

En 1987 dio el salto a la política local (desde entonces siempre ha tenido algún cargo), de la mano de quien fue su mentor durante aquellos años, Julio Anguita. Cuando Rosa se fue a la Junta con el PSOE, el excoordinador de IU se limitó a decir que serían los votantes quienes la juzgarían. Ella nunca ha hablado públicamente mal de él. Fue concejala de Córdoba hasta 1991, y desde el 90 al 93, diputada andaluza, hasta que dio el salto a Madrid, donde forjó durante tres legislaturas su talla política, habilidad negociadora y oratoria. Ni siquiera entonces dejó de vivir en Córdoba. El primer año de diputada iba y venía a la capital a diario. «Viva donde viva, mi casa es Córdoba», ha dicho.

Desde 1999 hasta 2004 compatibilizó su acta de diputada con la Alcaldía de Córdoba, de la que estuvo al frente en tres mandatos (1999, 2003 y 2007). Como alcaldesa fue carismática y cercana, lo que le valió que algunos la tacharan de populista. Hoy su alto grado de conocimiento público es una de sus grandes bazas. «Nadie quiere ir con Rosa a repartir propaganda porque solo la conocen a ella», bromea una compañera del PSOE. Fue coordinadora provincial de IU en una etapa no exenta de tensiones, que la fueron distanciando de la que había sido su casa hasta entonces.

La llamada del entonces presidente de la Junta, Jose Antonio Griñán, la convirtió de un día para otro en consejera de Obras Públicas y Vivienda. Era 2009 y aquello le valió la expulsión de IU. De ahí saltó al Gobierno de Jose Luis Rodriguez Zapatero, que la nombró ministra de Medio Ambiente, Medio Rural y Marino.

Regresó en 2015 al Ejecutivo andaluz como consejera de Cultura, cargo que ocupó hasta la remodelación del Gobierno realizada por Susana Diaz en 2017, cuando pasó a llevar la cartera de Justicia e Interior. Milita en el PSOE desde 2014 y el 2-D espera revalidar su acta de diputada por Córdoba.