El fútbol y la vida se disuelven en las columnas de Enrique Ballester que publica cada domingo en EL PERIÓDICO. El fútbol es el tronco y en las ramas hay autobiografía, familia, amistad, melancolía, costumbrismo, resacas, periodismo Una amalgama en apariencia imposible, solo en apariencia. Textos con un antetítulo localista, Barraca y tangana, que aplaude un público global. 'Otro libro de fútbol', se llama su segundo compendio de columnas recién publicado por Libros del K.O.

Empecemos por la supuesta sencillez de su estilo. ¿Está muy trabajada? Mis amigos me dicen a veces: Tus columnas son como hablar contigo en un bar tomando una cerveza. Busco ese punto casi espontáneo, pero sí que es verdad que me he esforzado por llegar ahí. Cuando empecé, de joven, uno quiere demostrar que sabe escribir muy bien y usa palabras extrañas, y yo he tenido que hacer un proceso de limpieza, porque al final lo que quiero es que la gente me entienda. Por eso tiendo mucho a no escribir con días de antelación. Me gusta que la columna tenga la tensión, o casi, de una crónica, porque si no tiendes a volver a ella, a releer y siempre quieres añadir algo más, y la acabas sobrecargando. Intento que al lector le sea sencillo llegar hasta el final.

¿El uso constante del yo no le produce pudor? A veces, sí, pero empecé a escribir opinión cuando estaba de Erasmus en Suecia y digamos que la excusa para esa columna era que yo contara mi experiencia como aficionado del Castellón que estaba un año fuera y cómo lo vivía sin poder ver los partidos. Hablamos del año 2006. Yo mismo era personaje de las columnas, pero partiendo de la realidad. Creo que la gente se fidelizó un poco por eso, porque lo veía como una trama de mi vida lejos del fútbol. Luego fueron apareciendo personajes secundarios, como mi pareja, después mis hijos Evidentemente las cosas serias o graves no aparecen en la columna, salvo que mi hijo se ha hecho del Getafe. La verdad es que mi relación con la gente a través del fútbol es un filón de historias.

Y siempre desde una mirada local. Cuando yo empecé a escribir del Castellón todo mi público era local, claro, y cuando empezó a leerme gente de fuera me preocupé porque pensé: 'a ver si con esta gente, que tiene referencias y experiencias vitales distintas, lo que cuento no funciona'. ¿Qué ocurre? Que el fútbol es tan universal que una chica de Colombia o un adulto de México tenían de niña o niño las mismas frustraciones y anhelos. Por eso creo que ir de lo local a lo universal es fácil a través del fútbol. Hay millones de personas que pueden sentirse identificadas.

¿Es posible que sus columnas empiecen a llenarse de melancolía? Es posible, sí. Es que escribir con 25 años no es lo mismo que hacerlo con 37, dos hijos y una serie increíble de responsabilidades crecientes. No es nostalgia, pero si miras al pasado, ves que las emociones más intensas que has vivido con el fútbol no se van a repetir. Ya se ha ido el primer ídolo, ya se ha ido la primera vez que ganas, la primera vez que pierdes, y después de la primera vez ya se amortiguan esas emociones. Supongo que también es ley de vida.

¿Desde cuándo puede usted decir entonces que el fútbol es una bobada, como escribió recientemente? Me preocupa que no termine de poder decirlo. Mi hija lo ve muy claro con ocho años y como mi estado de ánimo sigue dependiendo muchas veces de un resultado de fútbol, empiezo a sospechar que no es cosa de la edad.

¿Pero no hablamos de ello con demasiada trascendencia? Por un lado lo entiendo, porque el fútbol toca tanto los sentimientos y lo emocional que eso no lo podemos controlar. Por otro insto a todos a desdramatizar. A veces abusamos del lenguaje bélico; desde que llegó la pandemia parece más fuera de lugar. Pero dicho esto, cuando mucha gente decía: ahora nos daremos cuenta de lo que es importante y lo que no, pensaba que el fútbol también es importante. De alguna manera ordena nuestra vida. Sin fútbol, cada día es un lunes. Yo, más que los partidos en sí, echaba de menos la posibilidad de ilusionarme. Irme a la cama y pensar: a ver cómo subimos este año o quién meterá el gol en tal partido. Y eso había desaparecido.

Pero usted no es de los que se pasa viendo varios partidos al día. ¿O sí? De jovencillo tuve una época un poco parabólica en el instituto. Pensaba que podía descifrar el fútbol con una libreta anotando los pases de cada jugador, si eran buenos o malos, pero se me pasó pronto. Y luego, la gente no lo sabe, pero cuando eres periodista deportivo tienes menos tiempo para ver deporte en fin de semana porque trabajas. Este año pasado, que dejé de hacerlo, he descubierto el placer del domingo en pijama, y ver desde que te levantas todo lo que echan, hasta el golf por la noche. Ahora estoy buscando un aliado en casa con mi hijo pequeño. Y es que al final a mi me gusta el fútbol. Junto a la música, es la única cosa que me ha acompañado siempre y de la que no me canso realmente nunca. Lo escribí en una columna: ya casi nadie ve los partidos enteros. Debemos ser solo Mariano Rajoy y yo. Y poca gente más.

¿Qué le ha aportado escribir estas columnas, aparte de publicar libros? Conocer gente que no habría podido de otra manera. Mantener esta conversación, por ejemplo. Y conocerme a mí mismo también. El hecho de tener cada semana que escribir una columna hace que acabes muchas veces reflexionando sobre ti mismo. Y sobre cómo te enfrentas no solo al fútbol sino al resto de la vida. A veces va bien como terapia.

Y le ha aportado un retuit de Javier Clemente cuando escribió que le odiaba de pequeño. No está mal eso. Sí, y una camiseta de Cucurella para mi hijo. Hay gente que me dice: oye, te leía al principio, cuando no te conocía nadie y me gustaba más, como quien dice que de un grupo le gustaba más los primeros discos o la maqueta, y luego se venden, pero qué quieres, prefiero que me lea más gente. Yo escribo ahora mejor, creo, o al menos igual.