Las repercusiones del cataclismo de París no se limitan solo a la temida eliminación de la Champions League en octavos, que no se produce desde el 2007 ante el Liverpool (1-2 en el Camp Nou, 0-1 en Anfield), y la consecuente pérdida de ingresos (también se ahorran las variables). La goleada marca un punto de inflexión en la temporada, quién sabe si en el proyecto futbolístico que lidera Luis Enrique. Ese es uno de los dilemas sobre los que deberá reflexionar Josep Maria Bartomeu.

UN ENTRENADOR EN LA RECÁMARA

¿Será el 4-0 como la célebre derrota de Anoeta de enero del 2015, cuando a partir de entonces el Barça salió disparado hacia el triplete, aunque supuso el sacrificio de Andoni Zubizarreta y la convocatoria de elecciones? ¿O el desgaste de tres años pasará factura a un entrenador que acaba contrato dentro de cuatro meses? La continuidad del entrenador es el eje sobre el que pivotan una serie de decisiones.

Luis Enrique anunció que no tomaría una decisión -mejor dicho, que no la haría pública- hasta abril o mayo. La incertidumbre aconseja al club a estar prevenido; la dimensión de la entidad y los medios humanos y técnicos de que dispone le obligan a estar preparado. La enfermedad de Tito Vilanova en el 2013 forzó una búsqueda inesperada y urgente de un sustituto que culminó con la elección de Tata Martino, a cargo de Sandro Rosell, imponiendo su criterio.

Ahora el Barça dispone de mucho tiempo para afinar en el relevo técnico si se produjera. La elección no recaerá en Bartomeu, se supone, como en aquella ocasión que la tomó Rosell, arrogándose el poder de la presidencia y sus conocimientos futbolísticos. Esta vez debería ser Robert Fernández quien eligiera al sucesor de Luis Enrique.

Las peculiaridades del Barça recortan el campo de acción del secretario técnico. No sirve cualquier entrenador por prestigioso o laureado que sea. ¿Sería aceptado Antonio Conte, que domina la Premier con el Chelsea? ¿O el líder de Italia, Massimiliano Allegri, que heredó la Juventus? ¿Y otro italiano como Carlo Ancelotti que arrasa con el Bayern?

El barcelonismo autocensura la lista de candidatos. A los futuros aspirantes se les demanda una probada adicción ofensiva del juego de ataque, un dominio del fútbol de posición y la defensa creíble del espectáculo como ingrediente indisociable al resultado. Disponer antecedentes en el Barça suma.

Nadie reúne tantos puntos como Xavi Hernández. Pero la alfombra roja que se le tendería para que volviera de Catar tiene el rizo de la duda por su inexistente experiencia como entrenador. Aún está jugando, y en sus planes no figura clausurar su carrera.

Muy pocos entrenadores reúnen esas condiciones en su currículo. Ernesto Valverde está en la lista desde hace un lustro, como si fuera una tranquilizadora bala en la recámara. Ronald Koeman es el candidato eterno que tras estudiar de pe a pa el libro holandés -en el que se inspiró el Barça- trata de readaptarlo a las inhóspitas condiciones de la Premier. Los culés andan admirados por las andanzas de Jorge Sampaoli en Sevilla. Su fichaje cuesta 1,5 millones de la cláusula de rescisión.

El departamento técnico debe contar con informes de otros entrenadores, se supone. Frank de Boer, por ejemplo, está en el paro tras una breve etapa en el Inter de Milán. Philip Cocu ha sido el campeón de Holanda con el PSV en los dos últimos años y posiblemente le suceda Gio van Bronckhorst con el Feyenoord. Mucho más improbable se intuye que Bartomeu y Robert, en un arrebato de valentía, apostaran por técnicos como Òscar Garcia, Guillermo Amor o Lluís Carreras. O Eusebio Sacristán, que brilla en la Real Sociedad tras haber sido despedido por Bartomeu del Barça B.

MÁS REFUERZOS DE VERDAD

Además del dictamen de Robert Fernández, Bartomeu tiene en nómina otros asesores, Carles Rexach y Ariedo Braida, con una amplitud de miras y conocimientos nada desdeñable. Tal vez les escuche al comprobar que los refuerzos no han reforzado nada. Nada menos que 122 millones se gastó el Barça en seis jugadores: Denis Suárez (3,25), Umtiti (25), Digne (16,5), André Gomes (35), Cillesen (13) y Alcácer (30). Vinieron al Barça a "aprender" dijo Robert, tratando de restarles presión.

Quien más y mejor ha aprendido es Umtiti, el único al que se podría considerar titular de los seis (ha jugado 26 partidos y solo ha sido suplente en uno), por más que André Gomes sea quien más ha participado: 30 partidos.

El centrocampista portugués (23 años), sin embargo, es la diana principal de las críticas, especialmente dañinas por su actuación en el Parque de los Príncipes. El precio que se pagó por él (con un suplemento de 20 millones en variables), su porte en el campo (se le reprocha que sea frío y lento) y su rendimiento, sobre todo, que no ha mejorado al interior que sustituía, han convertido a André en un símbolo de una fallida elección.

De todos cabría esperar más la próxima temporada, transcurrida su adaptación y consumado su aprendizaje. Traspasarles significaría asumir el error de haberles contratado. Robert expuso su juventud como un valor, no un defecto, por lo que los mejores años de su vida azulgrana todavía han de comenzar. Todos ellos, además, reúnen el cacareado perfil Barça que les convierte en idóneos para el club por sus condiciones.

El problema, sin embargo, es otro. Más urgente. Se llama rendimiento. A cuentagotas lo han dado. Cubrieron bajas y permitieron la rueda de las rotaciones. A la hora de la verdad, en el partido grande, Luis Enrique se mantuvo en su once y solo aparecieron Umtiti y Gomes en la última alineación.

Y la crisis de desató porque Rabiot se mostró como un excelente mediocentro de despliegue frente a Busquets, Verratti se comió a Iniesta, el debutante Kimpembe pareció tan bueno como Umtiti y Kurzawa fue más fiable que Alba. Si Di María, Cavani y Draxler estuvieran en el Barça, habrían sido suplentes de Messi, Suárez y Neymar.

Este verano el Barça acudirá de nuevo en el mercado. La continuidad de Luis Enrique marcará mucho la cantidad de fichajes que se concreten. Un año después, volverá a faltar un lateral derecho y volverá a faltar un delantero. Paco Alcácer no juega con el marcador resuelto ni con el marcador en contra ni sirve de revulsivo. En París no salió ni a calentar.

LA NECESIDAD DE REVULSIVOS

No era la primera vez que el Barça de Luis Enrique encajaba cuatro goles, sino la cuarta. Pero fue la más hiriente porque fue vista por todo el planeta, además de tratarse de una cita finalista. O lo fue para el PSG, que volcó todos sus esfuerzos, ante un Barça que parecía disputar un partido más, unos octavos de final más, una cita más de febrero de un equipo que solo salivea a partir de mayo.

Revulsivos es lo que parece necesitar un equipo que ha entrado en una línea monocorde de juego. La gran virtud del Barça, acaso la única según algunas lecturas, es el poderío realizador de la delantera. La ausencia de otras soluciones se adivina dramática si no marcan los componentes del tridente. En París solo hubo dos llegadas: las dos del denostado Gomes, más un cabezazo de Umtiti al poste en un córner.

A diferencia de otros desastres catárticos, como el de la Champions, el club no tiene margen de maniobra para promover una reacción. No hay vacas sagradas a las que sacrificar. No se repite un momento como el del 2008, cuando Joan Laporta y Txiki Begiristain promovieron una revolución ligada al fichaje de Pep Guardiola. Ronaldinho y Deco, emblemas de aquella época, fueron invitados a marcharse. Samuel Etoo sobrevivió un año. Aquel equipo sumaba dos años sin títulos. El actual presenta ocho en dos años. Y, además, Messi, Suárez y Neymar siguen rindiendo. Y Busquets, Iniesta y Piqué.

La decisión, dolorosa a la par que impopular (todos han sido renovados, menos Messi e Iniesta, en negociaciones), solo podría estar en manos de un nuevo entrenador, sin ataduras ni condicionantes. Por mucho que la junta esté disconforme con según qué actitudes. En el palco ha anidado la sensación de que el vestuario es un mundo sin control.

La ausencia en la gala de la FIFA del pasado mes de enero se gestó en Sant Joan Despí. La tomaron unilateralmente los jugadores que debían viajar a Suiza (Piqué, Iniesta, Messi y Suárez), dejando en muy mal lugar al club. Por no hablar de la erosión que sufrió la imagen del Barça, sin que ninguno de sus futbolistas paseara por la alfombra roja ni ninguno de los cuatro apareciera entre los once componentes del mejor equipo del año.