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LA CONTRA

"Entonad el miserere"

El Arcángel se aburre hasta el punto de aclamar la salida de Fernando Torres y acto seguido pitar un cambio de su propio equipo

"Entonad el miserere"

En Córdoba no se escucha mucho, pero más al norte sí. Es un sonido que impacta en medio del silencio, una matraca en la oscura y estrecha calle. Los penitentes sostienen un tosco farol de hierro que pesa en sus manos. Así caminan, muy lentos, envueltos en capas negras y mirando al suelo. La gente que les observa enmudece a su paso, sobrecogida.

Volvamos al sur.

A las cuatro y media de la tarde aún no hay sombras en el césped de El Arcángel y cuatro aficiona- dos se apoyan en la barandilla de la tribuna observando cómo los cámaras de televisión montan sus equipos, tiran cables y se reparten botellas de agua. Pregunta uno de esos seguidores si han pasado ya los jugadores del Córdoba y ahí se queda, a esperarlos.

Aparecen. Van desfilando por la banda, uno a uno, en fila india, poca separación entre ellos y ninguna palabra, los cascos en las orejas, un pasillo a la condena, así caminan, lentos y la mayoría ajenos a la voz de la grada.

- ¡Menos escuchar música y más al aficionado!

Desfilan como desfilan los penitentes de esa cofradía del norte. Hay luz del día, pero el ambiente es igual de lúgubre que en la procesión. Crear oscuridad a las cuatro de la tarde. Gunino hace el amago de quitarse un auricular, solo el amago. Bebé lleva una llamativa mochila de colores y ni se inmuta.

- ¡Sé que me estáis escuchando!

Los que no llevan auriculares, como Fidel o López Silva, sí se giran y miran al aficionado con pena, pidiendo perdón con una ligera mueca.

- ¡No estáis muertos!

Los penitentes del norte acompañan a un cristo en la cruz que va sin música. Solo cuatro instrumentos de viento lo anticipan, cada cual más triste. Disfrutar con la desolación.

Aquí desde las seis y 25 se empiezan a entonar los culpables. Primero le piden a los “mercenarios” que se marchen, sin citar a nadie, luego cantan que “los jugadores no sienten los colores” y justo después llaman “pesetero” al presidente. Todo eso y ni siquiera se ha llegado al descanso.

La procesión dura poco porque allí no hay carrera oficial y solo 150 penitentes, que no dan cera a los niños, solo meditan en la más profunda intimidad.

Aquí parece que el estruendo va a ser brutal, pero no, la gente está cansada y solo mira. El mayor grito ya no nace del fondo sur, sino de cualquier rincón del estadio y esta vez sí retumba.

- ¡González, vete ya!

Solo los niños disfrutan y agotan a Fernando Torres, que calienta con el tímpano destrozado de tanto grito reclamando su camiseta, o lo que sea. Los mayores también le aplauden al salir al campo y acto seguido pitan el cambio del Córdoba, a quien solo le queda que la afición visitante le diga que es de Primera.

O entonad el miserere: pedir perdón por la culpa.

Así acaba la procesión del norte, con el cántico del miserere en la plaza de la iglesia, a orillas del río.

Aquí el desfile de jugadores se repite, igual que tres horas antes, ahora sin cascos, ahora con más público, ahora sí tienen que escuchar y aguantar la música de las gargantas. Solo les queda el miserere, pedir perdón por la culpa, como ya empezaron a hacer quienes escucharon al seguidor en vez de a su móvil.

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