Casi a la misma hora en que Sandro Rosell y Josep Maria Bartomeu tomaban un vuelo con destino a Nueva York, en la Ciudad Deportiva de Sant Joan Despi se recibía una llamada anunciando que Leo Messi no iría al entrenamiento. Tenía fiebre y malestar general, síntomas que es fácil imaginar que la derrota de la noche antes agravaron hasta el punto de quedarse en casa. En otras épocas esa ausencia habría sido más inquietante, pero el compromiso de Messi ahora es incuestionable. El malestar era general en todo el vestuario, víctima de uno de los golpes más duros que ha sufrido en los últimos años y que, a diferencia de lo que ocurrió ante el Inter y el Chelsea, dejó la imagen del equipo muy malparada.

En el avión rumbo a Nueva York no subió finalmente Andoni Zubizarreta. El director técnico, que ya visitó a Tito hace dos semanas para saber de su estado y planificar la próxima temporada, se quedó en tierra, arropando a Jordi Roura y el cuerpo técnico, consciente de la delicada situación que sufre y de las crecientes dudas que se detectan en el entorno. La visita del presidente y del vicepresidente tiene como objeto principal interesarse por el estado del técnico. "Lo importante es su salud. No vamos a pedirle nada, solo a estar con él", dijo Rosell. El club niega tajantemente que pueda llegar a plantearse la posibilidad de que Tito adelante su regreso a Barcelona, previsto para finales de marzo. De hecho, el viaje estaba planificado desde hace semanas y los resultados ante Milan y Madrid no tendrían que influir en el contenido de la reunión.

Desde el momento de su recaída, Tito ha sido quien ha querido mantenerse el contacto con el equipo y no desvincularse del día a día. Lo hizo durante el tratamiento en Barcelona y ha seguido con la misma actitud desde que se marchó a Nueva York. La apuesta del club y del propio Tito de mantener la misma dinámica bajo la dirección de Jordi Roura, con quien mantiene un contacto permanente no ha variado ni variará, por más que los últimos resultados hayan provocado dudas y una creciente desconfianza hacia el banquillo. La opinión de la plantilla, en este sentido, tiene una enorme peso y, desde el primer día, se ha mostrado firme en mantener esta apuesta y rechazar cualquier otro tipo de solución transitoria.

Pero los números (ver gráfico) son los que son. El equipo ha mostrado debilidades impensables hace muy poco. No se trata de un problema físico sino de cuestiones estrictamente futbolísticas. Se ha hecho previsible y plano, condicionado por el mal estado de algunas piezas de peso y por un dibujo táctico (la coincidencia de Cesc con Busquets, Xavi e Iniesta) que no acaba de dar buen resultado, en especial, frente a rivales de peso. La sensación es que el equipo ha caído en una rutina y que juega por inercia pero sin competir como antes, un bajón simbolizado en la falta de presión y los goles en contra. "Hay que atacar bien para defender bien", solía decir Guardiola, un mandamiento que ha ido incumpliéndose poco a poco.

EL PAPEL DEL ENTRENADOR En un nivel de máxima exigencia, la intensidad en el trabajo diario es determinante. Y ahí la figura del entrenador, del "líder" en palabras de Rosell, tiene un papel primordial. Hace un año, este Barça se entrenaba y jugaba bajo la supervisión de cuatro ojos, los de Guardiola y de Tito. Roura, que nunca ha sido tercer entrenador, ejercía entonces de ojeador, grabando los partidos y estudiando a los rivales. Ahora Roura se ha encontrado con una papeleta delicadísima en la que tiene siempre las de perder. Si el equipo funciona, es porque va solo y no necesita a nadie. De hecho, dentro del club se han llegado a escuchar voces diciendo que a este Barça lo entrenaba cualquiera para minimizar el peso de Guardiola. Ahora en estas dos últimas derrotas muchos dedos señalan al banquillo.

El vestuario de Sant Joan Despi ofrecía ayer una imagen dura, nada habitual en los últimos tiempos. Pero ahí dentro se habló ya de la obligación de reaccionar, en medio de una autocrítica a la que puso voz Iniesta.

Sin buscar justificaciones, ahí dentro también recuerdan que esta plantilla ha sufrido un duro golpe emocional. "A veces se olvida que este equipo ha visto a un compañero, Abidal, pasar por dos tumores y que su entrenador está en Nueva York tratándose de un cáncer", recuerda un miembro del vestuario, apelando a lo difícil que resulta abstraerse de una situación tan excepcional y dramática. Y también recuerda que después de ganarlo todo tiene más de media Liga.