El Camp Nou cantó en medio de una de las derrotas (1-3) más dolorosas de los últimos tiempos, pero detrás de ese gesto de reconocimiento y lealtad hacia un Barça que no merece ser sepultado se escondía una terrible decepción. Más que eso. Muchos culés empiezan a tener malos pensamientos, silenciados algunos por ese respeto reverencial a este equipo, pero que han ido creciendo y creciendo. Cada día son más los que empiezan a romper el tabú de dudar en voz alta y mirar con desconfianza hacia el banquillo. La ausencia de Tito Vilanova empieza a pesar mucho y la presencia transitoria de Roura aparece a cada partido como una decisión que pierde adeptos. Hoy se le echa de menos mucho más que ayer.

La derrota en Milan hizo daño, pero la de ayer, un duro marcador ante el que poco hay que decir por más que Undiano mantuviera su condición de elemento sospechoso, ha dejado una herida que no será fácil de curar. La imagen final recordó a la que se ha vivido en el Bernabéu en los clásicos de los últimos años. Miles de cules fueron dejando el campo, con la cabeza gacha, mientras los más fieles, los que se resistían a darle el gusto al Madrid de verles derrotados, iban cantando el himno. Pero la realidad es la que es. En una semana, el Barça ha dejado la Champions pendiende de un hilo tras el 2-0 de San Siro y ha perdido una final de vista. Y no frente a cualquiera. El Madrid le ha devuelto el golpe de hace un año, y ha bajado al campeón del pedestal.

Lo hizo con la contundencia que nunca antes había tenido, agarrado a su estilo de siempre y a un Cristiano que marcó más diferencias que nadie. Lo hizo favorecido por un Barça desconocido y descolocado, que solo se mantuvo entero en los primeros minutos, y que fue perdiendo una detrás de otra todas sus señas de identidad. Fue una caída a peso, con todas las piezas hundidas en un desconcierto y una falta de ideas nunca vista, lejos muy lejos de lo que este equipo era hasta hace muy poco. Nadie quedó libre de pecado. Ni siquiera Messi, otra vez encajonado como en Milán, peleando como siempre pero sin el de siempre. Y como él, unos cuantos.

Así que es fácil pensar que siendo los mismos que no hace tanto apenas habían dado pie a sentir nostalgia de Guardiola y que han cabalgado por la Liga hasta dejar al Madrid perdido a 16 puntos, ahora sí se nota que la mano que le guía no es la misma. Por más que Tito lo haga desde la distancia, y que todo el mundo asuma (faltaría más) que su salud está por encima de todo, del Milan, del Madrid, de la Champions, de la Copa, de lo que sea, el equipo se ha ido apagando, como si echara en falta a uno de sus creadores. Ese debate es ya imparable, y con ese runrún Rosell, Bartomeu y Zubizarreta viajarán hoy a Nueva York. Un runrún simbolizado en los gritos de la grada reclamando a Villa, como si sintiera legitimada a hacérselo saber a Roura, algo impensable con Pep y con Tito.

ALGO INIMAGINABLE Tal como empezó la noche, ese final era inimaginable. El Camp Nou cantó el himno a capella, concienciado más que nunca del papel que le corresponde. Estuvo siempre a la altura y salvo algún grito esporádico con la cantinela del portugués, guardó los insultos y los malos modos. Eso sí, la aparición de Pepe, ya con el 0-3, desencadenó una rabiosa reacción al grito de "asesino, asesino". Pero al Madrid hay poco que reprocharle y, esta vez, con la excepción de Arbeloa, incluso dejó de lado las patadas y el estilo de otras ocasiones. Undiano, en cambio, dejó mas que desear. En la zancadilla de Piqué a Ronaldo, pitó lo que vio y lo que era: penalti sin discusión. Pero al rato, cuando Xabi Alonso derribó a Pedro, en una acción menos clara, apeló a la interpretación y la dejó pasar. En cambio, a quien no dejó pasar después

fue a Messi, plantado como estaba dentro del área, en el sitio justo para convertirse en un defensa blanco más. Un penalti del árbitro, lo nunca visto, un gesto involuntario que levantó al Camp Nou, predispuesto ya a desconfiar de quien nunca ha tenido muy buena mano con el Barça. Se acabó la Copa, pero la Liga está muy cerca. El sábado llega otro clásico y el Madrid tiene poco que ganar. Pero el Barça necesita volver a ser el que era. Y sin Tito.