Una afición puede ser tan fiel a los colores que, por el camino, entre los muchos kilómetros de autobús que lleve a sus espaldas, pierda las formas de tal manera que deje a su ciudad, a la que representan por toda Andalucía, en un lugar indigno. Hay actitudes y cánticos que, a pesar de salirse de las normas elementales de la educación, no sobrepasan la comprensible barrera de la rivalidad en un partido de fútbol. Esa barrera, la que nunca han saltado los seguidores del Lucena, se la llevaron ayer por delante los 200 que vinieron a animar al Jaén.

Los continuados insultos a Fernando --le llamaron borracho, entre otras muchas cosas-- y a su pareja, con frases irreproducibles, además de los gritos contra los lucentinos desde el principio del partido --les dijero paletos, por ejemplo--, encontraron la mejor respuesta en el gol del que precisamente fuera jugador del Jaén, quien se fue a celebrarlo muy lejos de los radicales, que en ese momento se callaron por primera vez.

Además, fue la inmejorable dedicatoria al canterano Diego, lesionado gravemente la pasada semana y que se perderá el resto de la temporada.