Detrás de Luis Felipe Scolari, el sargento Felipao, hay desde el pasado fin de semana 190 millones de personas (180 son brasileños y 10 son portugueses). Y él tan tranquilo, tocado con una gorra azul, que da un aire aún más caricaturesco a su figura, bajo el sol de Mairenfeld (30 grados a primera hora de la tarde), un tranquilo pueblo situado al noroeste de Alemania. Ahí estaba Scolari, el hombre del milagro, el tipo que logra fenómenos paranormales (11 triunfos seguidos y un empate en dos Mundiales), dirigiendo el entrenamiento de Portugal, disfrutando de sus nuevos días de gloria. Ajeno, por supuesto, al alboroto de ayer en Río de Janeiro a la llegada de Carlos Alberto Parreira, su colega brasileño. El fracasado.

" Burro! Mercenario! Vendido! Eres un vendido!". La torcida ni siquiera pudo ver a Parreira, que salió por una puerta trasera del aeropuerto de Río, avergonzado por el desastre protagonizado. Pero él sí debió escuchar el grito que más le duele. " Scolari, Scolari!".

OXUn estilo de vidaOx Así, a grito perdido anda Brasil desde el sábado, tras ser eliminado por Francia, reclamando el regreso del entrenador que le dio el título hace cuatro años en Japón. Echando de menos a la familia Scolari, ese microclima, y no solo futbolístico, que construyó en Asia para rescatar al mejor Ronaldo. El mismo estilo de vida que ha trasplantado a Portugal para colarse en las semifinales. Hay cuatro selecciones en las puertas de Berlín: tres campeones del mundo y Portugal.

Todo se debe a Scolari, un psicólogo más que un entrenador. Un motivador. Alguien que ejerce de padre más que de técnico. "Se me hace duro estar tanto tiempo fuera de casa, por eso me aferro a lo que tengo aquí", dijo el meta Ricardo, el héroe tras detener tres penaltis a Inglaterra en los cuartos de final. "Y lo que tengo aquí es como un familia", añadió. Ese es el éxito de Scolari: crear lazos que parecen indestructibles más allá del fútbol.

Trabaja con profesionales (la psicóloga Regina Brandao y el experto en motivación Evandro Motta, los mismos que tuvo con Brasil), apela al espíritu de grupo (dejó en casa a Baía y Quaresma, meta y estrella del Oporto, respectivamente, porque consideraba que serían nocivos) y en apenas cuatro años ha cambiado la mentalidad de Portugal. Cuanto menos calidad técnica tiene esta generación, más lejos ha llegado, como demuestra el subcampeonato de Europa del 2004 y estas semifinales de mañana ante Francia, protagonizando un espectacular viaje en el tiempo.

En 40 años se ha pasado de los Eusebio boys, terceros en el Mundial de Inglaterra-66, a los guerreros de Scolari, tipos capaces de morir en un campo. Ya nadie duda en Portugal de que son mejores que aquella generación. "Dejémosles andar, ya han demostrado su valor", comentó el mítico Eusebio, el futbolista que colocó a Portugal en el mapa del mundo. Ahora, sin una estrella de tanto calibre, ha llegado al mismo sitio. Con Figo (33 años), disfrutando, al igual que Zidane, de los días finales de su carrera y, además, estimulados por el regreso de Deco en Múnich, mañana, una vez cumplida la sanción en los cuartos.

"Deco es mágico, él encuentra líneas de pase donde otros no ven nada", dijo Miguel, el defensa del Valencia.

Figo cumple, Ricardo para penaltis y Deco es mágico, pero sin Scolari nada sería igual. Ha hecho de Portugal, un equipo que no tiene delantero centro, un semifinalista. Ha sido el padre perfecto para fusionar generaciones de jugadores.