Diario Córdoba

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CRÍTICA

Sokolov en Córdoba

Éxito contundente del pianista ruso-español para inaugurar por todo lo alto la 20ª edición del Festival de Piano Rafael Orozco

El pianista Grigory Sokolov. CÓRDOBA

Comienzo de la vigésima edición del Festival de Piano Rafael Orozco, organizado la Delegación de Cultura del Ayuntamiento de Córdoba que, para un número tan redondo, y superados de momento los fantasmas amenazantes del coronavirus, ha preparado un programa de especial carácter celebrativo que deseamos sea la tónica de próximas ediciones. A la tradicional nómina de talentos a la que nos tiene acostumbrados el fino olfato del director artístico del festival, Moreno Calderón, se suma la presencia de estrellas rutilantes de la magnitud de la georgiana Elisabeth Leonskaja, que cerrará el festival el día 30, o, para la inauguración, la del magnético y personalísimo Grigory Sokolov. Desde su anuncio, el concierto de Sokolov adquirió el rango de acontecimiento histórico, como así se pudo comprobar en un abarrotado Teatro Góngora lleno de un público más variopinto y diverso de lo habitual.

En Sokolov todo entra en la dimensión de lo singular. La figura, la puesta en escena de penumbroso recogimiento, el gesto serio e imperturbable. Desde la primera nota se hizo evidente una propuesta musical personalísima que nace siempre de la más absoluta y perfecta resolución de todos y cada uno de los elementos que conforman la partitura. Un despliegue de medios y capacidades que atrapa al oyente y lo sume en un estado oscilante entre el asombro y la perplejidad. Cada nota tenía el peso justo. Cada silencio, la duración exacta. Cada frase, la articulación precisa. Cada mano, la intensidad adecuada. Cada trino, el engaste adecuado en el fluir del discurso, sin alterarlo ni interrumpirlo. De esta manera, la expresividad nacía del corazón mismo de la música, emergiendo, pasaje a pasaje, de la acumulación de infinitas decisiones microscópicas de acentuación, pulsación, equilibrio de voces o ritmo, sin necesidad de sumar a ello veleidades subjetivas extramusicales. Un pianismo de rara abstracción en su belleza, “filosófico” en su manera de desmenuzar las composiciones y presentarlas bajo una luz desconocida. Aplicado a las Variaciones Heroica op. 35 de Beethoven, que sonaron en la segunda parte, la esencialización del discurso fue tal que, por momentos, nos sentimos instalados en ese tiempo grande de las Diabelli. Un viaje apasionante, variación a variación, iniciado con una presentación del Bajo del Tema que pareció surgir de la nada, y que nos llevó hasta una arrolladora y triunfal fuga final.

Antes, en la primera parte, un infrecuente compendio de obras de Purcell, las Suites Z. 661, Z. 663 y Z. 668 más otras piezas sueltas, entre ellas la celebérrima Round O Z.T. 684, dio la medida del acierto de aplicar esta manera de tocar a una sucesión de músicas del barroco que, en otras claves, corren el riesgo de desembocar en la monotonía. Unas Almand convertidas así en meditaciones, destacando especialmente el prodigio logrado en la Suite nº7, unos Prelude serios y precisos, unas Saraband impregnadas de una sutil melancolía... Incluso el archiconocido tema usado posteriormente por Britten careció de la pompa usual y fue presentado con una comedida precisión. Obra a obra el público se fue calentando, llegando con los tres Intermezzi op. 117 de Brahms hasta el paroximo final. En Brahms, el cruce de ese lenguaje romántico postrero, rico de inflexiones moderadas que transitan entre lo íntimo, lo nostálgico y lo melancólico, con la poética objetividad sokoloviana construyó un arco mágico desde el arranque del primer Intermezzo, deliciosa miniatura, hasta el mismísimo final del Tercero donde asistimos a la disolución del dolor en el silencio. 

La catarata de aplausos y el delirio del público arrancaron del pianista ruso hasta seis propinas. Dos Preludios op. 23 de Rachmaninov, el Preludio nº 20 op. 28 y la Mazurca en la menor de Chopin, un preludio de Scriabin y el Preludio en si menor de Bach-Sirotti alargaron el prodigio para felicidad de los asistentes y extenuación completa del pianista, que se veía agotado después de entregar dos horas y media de música en estado puro.

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