El poeta Vicente Núñez (1926-2002) se refugió del mundo en su pueblo, Aguilar de la Frontera, donde se convirtió en un raro solitario que mantuvo correspondencia con Luis Cernuda y que fue capaz de "ver la realidad sobrevolándola, con ingenio e inteligencia", ha dicho a Efe Juan Lamillar, autor del libro Vicente Núñez. El desorden del canto.

Libro inclasificable, esta breve obra del también poeta Juan Lamillar, publicada por la Junta de Andalucía, se ubica entre la biografía, la semblanza, el testimonio, la crónica y la antología poética, ya que además de haber seleccionado una docena de poemas, que vienen al hilo de la narración biográfica, Lamillar cita algunos de sus "sofismas" -como el designaba sus aforismos-, como "Una educación no represiva es altamente peligrosa para la poesía", o su definición de la poesía:

"La poesía es el preámbulo de la muerte. Y, como su aparición es siempre juvenil, te lacra y te signa y te marca para los restos, y vas por el mundo con veintiún años y ya eres un muerto, un elegido de la Parca, de la Ramera", porque Vicente Núñez consideraba que la poesía "Es una puta. Una ladrona. Por eso yo la llamo la Ramera. Siempre se ha interpuesto entre lo mío, que no era ella, y yo".

"Como poeta tuvo la capacidad de no dejar de sorprender, fue un histriónico pero luego, en la intimidad, era mucho más profundo, siempre inteligente e ingenioso", ha señalado Lamillar, para insistir en que también fue un poeta capaz de "estar en la realidad de dos maneras distintas y simultáneas, una estando en la propia realidad y otra sobrevolándola" y plasmándola en versos y aforismos con la distancia que le otorgaban su inteligencia y su ingenio.

Esas virtudes propiciaron igualmente que "supiera hacer del histrionismo una categoría intelectual", ha añadido Lamillar, quien ha revisado la vida de Núñez y las tres ciudades que habitó, Granada, Málaga y Madrid, por más que la fugacidad marcara el paso alguna de ellas.

Sobre su época de estudiante en Granada, Lamillar deja hablar al propio Núñez: "Descubrí que los profesores llevaban unas corbatas pésimas y unos zapatos de muy mal gusto. Ellos cobraban al mes como catedráticos menos de lo que mi padre me enviaba para que yo invitara a copas a todos mis amigos".

Y dedica Lamillar media página a la milicia universitaria en Montejaque (Ronda, Málaga), donde el poeta coincidió con Antonio Gala y Carlos Barral, de modo que en alguna velada de campamento el catalán pudo tocar el piano mientras que los dos cordobeses se alternaban recitando a Rilke.

Lamillar prefiere la poesía de Núñez "más contenida, en la que se ciñe a las estrofas, la más clásica" en lugar de su "parte más cósmica", y ha incidido en cómo la sólida aunque autodidacta formación filosófica del poeta marcó, además de sus versos, su paso de la poesía al aforismo, que cultivó en sus últimos años de vida de modo brillante, paradójico y también disparatado.

"La poesía fue dejando paso a una sabiduría expresada en los Sofismas, memorables sentencias dibujadas con una afilada contundencia, que ganaban mucho cuando las enunciaba el autor, o mejor, cuando las hacía nacer en medio de una conversación", escribe Lamillar en estas páginas.

Su primer libro, Días terrestres, "es muy de 'Cántico'", ha destacado Lamillar para señalar su vínculo con ese grupo poético cordobés, al que no perteneció pero con el que sostuvo inquebrantables lazos de amistad, como el que le llevó a espetarle a Octavio Paz en el I Congreso sobre Luis Cernuda, celebrado en Sevilla en 1988, "hay un gran poeta en esta sala" y, ante el silencio del premio Nobel mexicano, explicarle: "Pero no eres tú, Octavio, no eres tú, es Pablo García Baena. Tú eres muy bueno, Octavio, pero Pablo es mejor".