Rodrigo Cortés es uno de esos pocos directores que, si no figurara su nombre en los créditos, pocos adivinarían que es español. No sólo porque utiliza repartos de lo más internacional en sus producciones. Ryan Reynolds fue enterrado en Burried, Robert de Niro fue el elegido para Luces Rojas, y ahora, en Blackwood encontramos a Uma Thurman. Sin embargo, su estilo narrativo y el acabado de sus obras otorgan la garantía necesaria para que sea lo suficientemente considerado lejos de nuestras fronteras, llegando a ser un cineasta de lo más internacional. Pero no olvidemos que también fue el responsable de Concursante allá por 2007, cuando trabajaba con otros presupuestos y actores como Lleonardo Sbaraglia.

Pues bien, después de leer algún titular de prensa entrecomillado en que Cortés aseguraba no haber querido hacer un filme de sustos y con portazos, me encuentro con la sorpresa de que, efectivamente, es eso lo que le ha salido. Un filme donde el espectador podrá encontrar todos los tópicos del género, donde la sugerencia ha quedado fuera de campo, donde finalmente lo que hay es una película de terror al uso, donde no se ha huido del ruido y el portazo, del incendio y la música que previene lo que va a suceder, de tantos y tantos efectos sonoros y visuales propios de este tipo de filme, que suena a ya visto. Quizás lo más interesante de la trama sea esa especie de unión con el más allá a través de lo artístico, porque cada personaje que vive en Blackwood, una gran mansión, tiene alguna cualidad artística que lo traslada al pasado gracias a la directora de este centro para alumnas problemáticas. Eso sí, el derroche de producción es lo propio al estar detrás la creadora de Crepúsculo, Stephenie Meyer, quien leyó el libro de Lois Duncan y encargó ponerlo en imagen a Cortés. Eso sí, que nadie busque algo parecido a La seducción, de Sofia Coppola. Tal vez ésta podría haber sido una buena referencia.