Artista: Manuel Barrueco

Programa: Obras de Weiss, Bach, Sor, Moreno Torroba, Turina y Albéniz

Un programa canónico para un intérprete clásico, que lleva años buscando y ofreciendo mesura y esencia en cada actuación, es lo que el escaso, pero más que iniciado público del Teatro Góngora pudo escuchar en la noche del viernes. Llegó Barrueco, andar pausado, leve sonrisa de satisfacción, y comenzó a interpretar la Suite VII, en Re menor de Silvius Leopold Weiss (1686--1750). Desde el primer momento del concierto, el cubano expuso su forma de tocar: claridad, elegancia y luminosidad, un sonido pulcro y un fraseo contenido transportaban la mente al Renacimiento de La primavera , de la búsqueda de la belleza suprasensible, la que no depende del cómo, sino del qué, la que subyace tras lo que percibimos.

Y es así como afrontó el recital de principio a fin --en realidad, nadie entre el público esperaba otra cosa--, que de Weiss pasó a la Chacona de la Partita nº 2, en Re menor, BWV 1004 de Bach (1685--1750), una obra que recorre un amplio espectro emotivo --inusualmente tenso en su primera parte-- que Barrueco templó con maestría, aunque quien escribe estas líneas echara de menos el desgarro aritmético y la emoción cartesiana de otras formas de interpretarla. Concluyendo la primera y muy centroeuropea parte, sonaron las Variaciones sobre un tema de Mozart, Op. 9 de Fernando Sor (1778-1839), brillantes y a veces juguetonas.

La segunda parte estuvo dedicada a la música española con obras de Moreno Torroba, Turina y Albéniz, de las que Barrueco siguió extrayendo su pulso, a veces melancólico, a veces jubiloso, para desplegarlo ante el público sin perder el aplomo y la compostura. Cuando se apagaron las notas de Sevilla , de Albéniz, el público no estaba dispuesto a dejar que el guitarrista cubano se fuese: aún hubo ovación para escuchar la Cajita de música de Tárrega y el Scherzino Mexicano de Manuel Ponce.