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El pintor Antonio López (izda.) y el escultor Noé Serrano, durante su intervención en el Círculo de la Amistad.A.J. González

SERES DE BABEL

Antonio López

El ser humano nunca deja de sorprenderme, aunque esta afirmación solo es factible cuando nos enfrentamos a personas que destilan al menos una de estas tres virtudes: la bondad, la verdad o la belleza. Cualquier otra razón solo empece mi asombro. Escuchando a Antonio López en el Salón Liceo del Real Círculo de la Amistad de Córdoba, abarrotado de gente ansiosa de deleitarse y aprender, me pareció que bastaba la autenticidad de su palabra para comprender que todo lo demás se concitaba por añadidura.

Sobre el escenario Antonio se convierte en un personaje flamígero, incendiado por la magia, su risa es contagiosa, su ironía trasparece nielada de juvenil frescura y sus silencios son la máxima expresión de la sabiduría. En este tiempo que adora el divino tesoro rubendariano, olvidándose del labrado conocimiento de los patriarcas, Antonio López es la luz que nos conduce a reflexionar sobre todo lo que perdemos cuando ignoramos la ciencia contenida en la fecunda edad, el don de haber vivido para convertir en materia eterna la efímera y feble razón de los días.

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