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Manuela Temporelli.CÓRDOBA

POESÍA

El sabor del paso del tiempo

Escribir es elegir. Hay que escoger entre un camino u otro, tomar decisiones sin cesar. Ello propicia que podamos adentrarnos en la poesía, como por primera vez, sobre todo porque ese lenguaje y esa forma de encarar el ritmo poético tiende ya un puente inicial, aunque eso no significa que tras ese inicial paso esta poesía no revele, no tenga que ofrecer. Todo lo contrario. La decisión de Manuela Temporelli de apostar en firme por una línea, por esa sencillez expresiva que no renuncia a las imágenes, se hace patente desde los primeros compases.

El concepto de lo temporal es la piedra base sobre la que se sostiene todo el entramado, una conciencia clara y diáfana de lo que se tuvo y lo que permanece, del instante y la plenitud agridulce que transmite, a veces, con ese poso de tristeza profunda: «Tuve diecisiete años hace solo un minuto». Pero también, y a un tiempo, cargada de una vitalidad que eleva la secuencia: «Pero celebro todos y cada uno de los días de mi vida...». Con una conciencia clara y dolorosa del paso del tiempo y sus estragos: «Y ¿cuánto mide un hombre? Lo que mide su sombra al mediodía».

La muerte adquiere una inmediatez constante en la escena, siempre está rondando en esta travesía, pero también la idea de renacer, de que el cuerpo solo es eso, que se puede trascender, y el sujeto busca y halla esas referencias en algunos poemas («Renacer», «Elegía», «2020», etc). Lo concreto, lo presencial, parece dar un billete para otra vida que sucede ahora, que no deja de suceder, pero como prolongación hacia otro punto. Hace falta esa experiencia directa, ese entrar en cada cosa y hecho, por mínimo que sea, para saber congelar el sentido de fugacidad de nuestro paso, de lo que nos precedió, de lo que acontece… visible en poemas como «Azoteas», «Rotondas», «Testamento», etc, en los que la nostalgia se trasluce pero sin acritud, como parte del juego de ser conscientes de que estar vivo, y recoger experiencias, con su propio juego de equilibrios, son el equipaje que nos persigue y nos identifica en un mundo descarnado y con tendencia al olvido.

‘Sabor de moras en agosto’.

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