Sus nombres son Rafael, Francisco, Manuel y Pablo y son guardias civiles. Pero no los verán nunca con su indumentaria habitual ni en un coche patrulla. Su trabajo les obliga a llevar un vehículo convencional y a vestir de paisano. Son hombres de campo, de los campos que a diario recorren intentando conocer a los agricultores y ganaderos. Sus fincas y sus animales, sus caminos, sus atajos y sus vicisitudes.

Cada día se marcan un itinerario para hablar con la gente del medio rural, «el contacto con ellos es fundamental para nuestro trabajo». No solo por la cercanía y la tranquilidad que transmiten, sino porque «podemos comentar si se ha visto algo extraño, algún coche desconocido, personas sin identificar». Todo ello servirá luego, en caso de que se cometa algún hecho delictivo, para dar con los autores antes. Entre los contactos juegan un papel fundamental los guardas rurales, porque «ellos sí que se conocen bien todos los entresijos del campo», apuntan. En su ronda diaria, se entrevistan en La Carlota, en la finca de los hermanos Martínez Luque, con el guarda Javier Girona, que ha heredado la actividad de su padre, del que hablan que tenían un sexto sentido para prever intrusiones.

Antes, en las fincas Cobatillas y Fuenreal comparten novedades con sus responsables. En una revisan el ganado. En la otra observan la recolección de naranja. «Cuando hay campañas hay que extremar la atención, por eso montamos servicios de noche y en contacto con otros grupos Roca o unidades del cuerpo». Los días normales aprovechan para dar consejos y estrechar lazos de colaboración para que los resultados sigan mejorando año a año.