El hombre bueno en el sentido machadiano se aplica con cierta ligereza para alivio de los cercanos cuando alguien desaparece. Tomás era el amigo en el que se cumplía con justeza la esencialidad del poeta, en ese pasar de puntillas entre las gentes sin el más mínimo afán de notoriedad, mas con huella inequívoca. Su filosofía docente mucho había de ver con lo cotidiano y claro ejemplo de lo colectivo en una sociedad tan necesitada del sentido de grupo.

Recuerdo que gracias a sus convicciones y a la convergencia de voluntades logramos enhebrar una plataforma cívica que dimos en llamar Lepanto para los vecinos, en un raro ejemplo de concurrencia de un gran número de colectivos de la zona de Levante de naturaleza diversa con la sana pretensión de conseguir un espacio para equipamientos en un barrio tan necesitado de ellos. El sentido de servicio a los demás se extendía a otras causas, como fue la ciudadana en la Asociación de Vecinos o la de la Asociación de Madres y Padres del Colegio Público Averroes.

Rendíamos culto a la amistad y lográbamos conseguir el mejor de los países del orbe, eso sí, con un mediecito o una caña en la mano, en un lugar en que la cultura está muy ligada a lo tabernario, con la necesaria mesura del momento. Y también recuerdo cómo bromeábamos sobre nuestra común religión diabética, la cual le hacía adentrarse en la espesura a muy tempranas horas. Mi esencial descreimiento y el cariño que le tengo a Tomás y a su memoria me hace tirar del texto literario machadiano, con una sonrisa evocadora de momentos agradables y aquello de

Mi corazón espera

también, hacia la luz y hacia la vida,

otro milagro de la primavera