Lejos de la realidad queda el cuento de La bella durmiente. La idílica y dulce imagen de una joven plácidamente dormida, rodeada de flores, que es despertada con un beso de su enamorado, se rompe en pedazos cuando, al día siguiente, perpleja, conoce lo que realmente le ha pasado tras horas de inconsciencia, pues la pérdida de memoria que provoca la llamada sumisión química tiene el doble efecto de anular la voluntad de la víctima y crear en ella una amnesia profunda que le impide recordar lo sucedido.

Cuando la víctima despierta, puede que esté en un lugar desconocido, al que no recuerda cómo ha llegado ni con quién; es posible que haya vomitado, que esté desnuda o semivestida, o que encuentre parte de su ropa interior arrojada en el suelo. Es posible que aún esté con su agresor o que se encuentre sola, aturdida, desorientada y asustada, y que incluso se culpe de lo sucedido, que se avergüence y que decida no denunciar los hechos.

Con más frecuencia de lo que pensamos se están produciendo en nuestro entorno delitos contra la libertad sexual cometidos bajo los efectos de sustancias químicas (fármacos, drogas, etcétera) que mezcladas habitualmente con bebidas alcohólicas dejan a la víctima en una situación de absoluta vulnerabilidad y a merced del agresor.

En los últimos tiempos han pasado por mis manos un número alarmante de denuncias en que las víctimas son mujeres de entre 25 y 35 años de edad, que se encontraban en un contexto relajado, de diversión y ocio, que habían ingerido algo de alcohol, cuyos agresores formaban parte de su entorno de una manera u otra y que tienen una laguna en su memoria de algunas horas. Todas ellas manifiestan no recordar desde un momento dado nada de lo que ha sucedido, pero cuando se han despertado han comprobado que habían sido objeto de abusos o agresión sexual. Algunas tenían pequeñas lesiones, otras estaban desnudas o en la habitación había señales de lo sucedido; incluso han tenido que preguntar en su entorno qué es lo que había pasado, rastreando con angustia su teléfono móvil y recomponiendo a duras penas una realidad de la que han sido del todo ajenas.

La víctima, una vez que conoce aunque sea parcialmente lo ocurrido, debe presentar la denuncia y acudir a un centro médico a fin de ser examinada, y que sean tomadas las muestras biológicas necesarias para identificar el tipo de sustancia que ha ingerido, pues algunas de ellas dejan una huella efímera en el organismo y su rastro desaparece a las pocas horas, pero en otras ocasiones sí es posible que quede reflejado en el análisis de sangre u orina, e incluso del pelo. El tiempo es vital, cuanto antes se acuda al centro médico, mejor.

El Código Penal condena expresamente estas conductas (artículo 181.2), pero la víctima tendrá que pasar por todo el proceso: declarar ante la Policía, en el Juzgado de Instrucción, ante el médico forense, los peritos, quizás también ante algún psicólogo y, por último, declarar ante el Tribunal que será quien deba dictar la sentencia. Es muy posible que se sienta juzgada, que crea que su palabra no tiene valor y que el camino que ha recorrido sea realmente duro. Por ello, es necesario minimizar el impacto que tienen los procedimientos judiciales en la víctima, especialmente, en este tipo de delitos.

No se trata de un cuento, pero las denuncias, como los cuentos, también tienen un final y no es otro que el que la verdad se imponga y se aplique la ley. Una sentencia justa ayuda a que la víctima pueda recomponer su vida y que lo que le pasó, con el tiempo, sea solo como un mal sueño.

*Abogada