Si algo acrecienta al sofocante calor de El Arenal es el tener que desprenderse de alguien que ha formado parte de tu familia. Llegó la hora de despedir a los 137 niños saharauis que han podido disfrutar del verano en tierras cordobesas. Es difícil encontrar a una familia que sea novata en la experiencia, pues las vivencias y valores impregnados hacen que repitan año tras año. También se hace complicado conocer a algún niño que no quiera volver el año siguiente. Las caras de tristeza y los llantos pueblan el lugar de encuentro para regresar a casa, a los campamentos de refugiados de Tinduf, Argelia. Antes de su viaje hacia el aeropuerto de Málaga, los organizadores de la Asociación Cordobesa de Amistad con los Ñiños Saharauis controlan el peso de los equipajes, que no pueden exceder los 30 kilos. El presidente de la asociación, Tomás Pedregal, reconoce haber transcurrido el verano sin incidentes destacables, «salvo algunos niños que han tenido que ser operados aquí», reconocía. «Llevan lo acumulado en dos meses. Alimentos de los que allí carecen normalmente, miel o kétchup, que les encanta», afirma Antonio Palma, responsable provincial de Vacaciones en Paz.

Aprendizaje de por vida

Es el tercer año que Mohammed visita Villa del Río. Con una sonrisa cuenta haber visitado la playa, jugar con niños e incluso comer comida «para gordos», dice. «Ellos valoran cosas que nosotros no valoramos. Allí les hace falta todo y lo aprecian mucho más», afirma su madre cordobesa, Lucía, con la tristeza de ser su último año con él, ya que cumple 12 años y la nueva normativa no les permite volver a España. «Llevo ropa para mi hermano, primo, juguetes, zapatillas y las chanclas. Bueno, y lo importante, un balón de fútbol y un inflador», cuenta Mohammed. Ramón se encuentra en la misma situación. Es el cuarto verano que trae a Marian, aunque reconoce que intentará todas las vías para volver a verla. «No me gustaría irme, lo paso mejor aquí», afirma Marian tras confesar que le gustaría estudiar en Córdoba. Edu, Lola y el pequeño Nafi, además de forjar una familia, se llevan numerosos aprendizajes. «Nos ha hablado de su familia, de su manera de vivir, de su capacidad de valorar las cosas», dice Lola. El diputado provincial del PP Agustín Palomares, con una niña allí presente, afirmaba: «Ellos a nosotros nos enseñan más que al contrario». Su pareja y amigos, emocionados, recordaban que «te ayudan a ser feliz; quien no ayuda, se lo pierde». Salem y Lija no tienen duda en que volverían. Les han enseñado a compartir y a convivir con una sonrisa, apreciando esta tierra.