Pilar Ocaña no tiene un hijo, ni dos ni tres, sino ocho. El primero tiene 27 años y la menor, tres. Su vida no ha sido nada fácil. Nació en Barcelona, en el seno de una familia numerosa que se deshizo con la ruptura de sus padres para recomponerse años más tarde en Córdoba. Dejó de estudiar con 15 años y con 16 empezó a trabajar en el campo, "recogiendo la aceituna", y limpiando casas. A esa edad se quedó por primera vez embarazada de su primera pareja, de la que enviudaría muy joven. Madre coraje, sacó a sus hijos adelante a base de "mucho sufrimiento, esfuerzo y trabajo". Hace 16 años, conoció a su actual marido, Nicolás Martínez, camionero de profesión, cordobés y padre de sus hijas pequeñas.

La menor de todas, Irene, es la luz de sus ojos y también la que le quita el sueño. "Nació prematura, de 26 semanas, y ahora tiene el 200% de minusvalía". A Pilar le cuesta sacar fuerzas para contar la historia de su niña, que relata sin reprimir las lágrimas, mientras Nicolás la mira en silencio. "Nada más nacer, tuvo una infección en el estómago y una hemorragia cerebral que le provocó la parálisis que ahora sufre", explica sincera. Y coge aliento. "Ya ha pasado por 15 operaciones, en la cabeza, en la barriguita y en los ojos", añade, "los médicos dicen que no va a poder andar, pero yo sé que lo hará".

Cuando Irene apenas tenía tres meses, ingresada en la UCI después de una de las múltiples intervenciones a las que ha sido sometida, Pilar recibió una llamada. "Pensé que era por la niña, pero era de otro hospital, mi marido acababa de tener un accidente con el camión". Marcada por el dolor, el rostro de Pilar se contrae al recordar aquel día. "Lo operaron de dos fisuras en las vértebras y ahora tiene dos barras de titanio en la columna". Después de eso, Nicolás tuvo que dejar de trabajar y se jubiló.

"Me ha quedado una paga de 700 euros", comenta tímido, "el dinero se va en la hipoteca que cuesta algo más de 600". De los ocho hijos que Pilar ha concebido, viven aún con ella tres, las tres niñas menores, a las que recientemente se ha sumado un nieto, hijo de una de ellas, la que tiene 21 años, sin casa ni trabajo. "Los seis vivimos con las horas que a veces echo limpiando en casas, la ayuda de los vecinos que se están portando muy bien con nosotros y los 440 euros que nos dan de la Ley de Dependencia por mi Irene", explica Pilar.

Una paga que ha sido recortada un 15% este año. "Cuando oigo a Rajoy o a Griñán decir que solo son 85 euros menos, me gustaría que vinieran a mi casa y vieran lo que vale un paquete de pañales, para ellos no es nada, para mí es la factura de la luz con la que enchufo el respirador de mi hija o las bombonas con las que bañarla, porque tal y como está, no la puedo duchar".

Asfixiada por los recibos impagados, espera ansiosa que la Junta le pague los atrasos de la pensión de la niña. "Nos deben 945 euros del año pasado y otro tanto de este año, de ese dinero depende que yo le compre a Irene las gafas que necesita, el rodillo o la colchoneta que le hace falta para hacer su gimnasia". Sincera, confiesa que hay días en los que ha estado a punto de tirar la toalla. "Te sientes impotente y solo quieres acabar con todo, descansar", explica, "pero no lo he hecho porque mi hija me necesita y porque ella, con su sonrisa y su simpatía, me devuelve las ganas de vivir". A pesar de su situación, se resiste a pedir ayuda a Cáritas. "Cuando he estado muy mal, lo he hecho, pero no quiero porque sé que ahora hay gente que está peor, nosotros por lo menos tenemos un techo, no hay que abusar".