Emociona verlas (o verlos, porque aunque pocos, algunos hombres se unen públicamente a la causa). Un año tras otro, Córdoba manifiesta su repulsa hacia los malos tratos a las mujeres. Y lo hace en silencio, pero con contundencia, como exige la sangría de vidas que se sigue cobrando la violencia machista. Esta, como una hidra de muchas cabezas, continúa deslizándose entre los intersticios de la ley y la fragilidad de las víctimas. Por suerte, crece la alerta social.