Ver a un pariente o amigo sufrir de demencia o de la enfermedad de Alzheimer puede resultar muy inquietante, angustioso y perturbador. A menudo, las fases iniciales de la enfermedad no son reconocibles para el paciente o sus familiares; se dan cuenta de que algo no va bien y el trastorno provoca confusión e irritación. La autoestima del paciente sufre y éste se niega a reconocer que pueda existir algún problema. Aunque términos como demencia o Alzheimer nos son conocidos, hay infinidad de aspectos médicos y sociales de este tipo de enfermedades que todavía se nos escapan. Por eso, Sanitas publicó en 2009 una guía titulada Cuidar a una persona con demencia . Este manual incluye ejemplos cotidianos y propuestas fáciles de llevar a cabo, tanto por el enfermo como por el cuidador, para que ambos puedan llevar una vida lo más normal posible dentro del proceso que supone el cuidado de estos pacientes.

Existen más de 80 formas diferentes de demencia. De todas ellas, el Alzheimer es la más común y conocida, pues representa, según la Sociedad Española de Geriatría y Gerontología (SEGG), entre el 60 y el 80% de las demencias. Síntomas como la pérdida de memoria y de las habilidades comunicativas y cognitivas o la falta de habilidades para llevar una vida cotidiana normal son comunes en este tipo de enfermedades, pero cada individuo puede verse afectado de diferente manera. A esto hay que añadir los problemas emocionales y de comportamiento que se derivan de estas dolencias, lo que provoca que el cuidado de una persona con demencia sea estresante y muy triste para los familiares, que muchas veces no saben a quién ni a qué recurrir. Desde hace unos años, se viene observando un crecimiento exponencial de los casos de demencia debido a que los pacientes que padecen esta enfermedad no se recuperan y a ellos se les suman los que se diagnostican cada año, cuyo número supera los 50.000. Según cálculos estimativos del Grupo de Trastornos Cognitivos y de la Conducta de la Sociedad Española de Neurología (SEN), en nuestro país una de cada 20 personas mayores de 65 años y uno de cada 5 mayores de 80 padecen algún tipo de demencia.

Uno de los principales problemas que plantea este tipo de enfermedades es la dureza del proceso y lo agotador del mismo, cuyas consecuencias terminan por afectar a las personas más cercanas y, en especial, a los responsables del cuidado del enfermo. Esta guía ofrece consejos para el propio cuidador y para quienes rodean al afectado. La base de la relación es el aprecio hacia el paciente. Este aprecio emocional y entregado tiene que renovarse constantemente en situaciones de crisis y no puede darse por sentado. La aceptación del paciente y de la situación implica también definir límites, asumir la responsabilidad y tomar el mando y ofrecerse a servir de guía. No obstante, es necesario reaccionar ante su comportamiento de manera adulta y no avergonzar al paciente.

Un diagnóstico precoz es fundamental tanto para la persona como para el familiar o responsable de su cuidado, porque permitirá identificar las fuentes de apoyo y consejo desde el primer momento y ayudará a afrontar la enfermedad e ir conociéndola poco a poco. Además, cuanto antes se detecte la demencia antes se podrá beneficiar el paciente de los últimos tratamientos médicos, protegiendo el cerebro frente al proceso de muerte neuronal. El problema es que, normalmente, el paciente no es capaz de acudir al médico por sí solo. Convencerle para que lo haga puede ser muy complicado, ya que es posible que no desee reconocer que le pasa algo. Quizá sea necesaria la ayuda del médico para disuadirle de que necesita atención profesional. Es importante tener en cuenta que la demencia es un trastorno progresivo. Los pacientes que sufren demencia o alzheimer no se recuperan, aun cuando reciban medicación. Pero dicha medicación puede ralentizar el avance de la enfermedad, y se puede luchar contre los problemas de memoria creando rutinas diarias que además aumentan la autoconfianza del enfermo.