Tuvo su historia esta calle, sobre todo cuando al Ayuntamiento de la época se le ocurrió construir un corral de comedias en la cárcel vieja, a principios del siglo XVII. Y también cuando a ella acudían los árabes a hacer sus abluciones en los baños que aún se conservan en el número 10. Pero de aquello hace mucho tiempo. Luego llegó el turismo, la ciudad se dió cuenta de que en la Judería había un filón, tanto para autóctonos como para foráneos, y la "marcha" de la época se instaló, sobre todo, en la calle Deanes, a donde la gente acudía de mesones el fin de semana. Pero a la calle Deanes le vino, de pronto, la fiebre del comercio del souvenir, se olvidó casi por completo de barras y tabernas y se convirtió en un estrecho y alargado zoco árabe. Sin lugares donde abrevar. Y por la noche, cuando los establecimientos duermen el sueño de las persianas, aquello se hacía tan inhóspito que hasta daba miedo.

LA VISTA DE LOS TURISTAS

Pero los turistas, que cuando vienen a España buscan sus esencias y cuando llegan a Córdoba, estrecheces umbrías, se dieron cuenta de que junto a la calleja de las Flores, en un espacio también muy cercano a la Mezquita, había alguna tasquilla en la que consumir el inevitable menú del día con sangría. El turismo comenzó a visitar el lugar, y los empresarios y dueños de casas de la zona, a ver un posible filón. Fue cuando la calle Velázquez Bosco o de Las Comedias comenzó a recuperar su antigua nombradía y a hacerle sombra, casi, hasta a la mismísima calleja de las Flores. Desde entonces, lo que al anochecer, cuando las tiendas de souvenirs recogían, se convertía en una calleja abandonada ahora es un obligado lugar de tránsito para quienes quieran saber dónde se divierten los turistas, y de estancia para los aficionados al vía crucis del tasqueo en espacios cortos.

Dejamos la plaza Benavente (ahora, Agrupación de Cofradías) y a mano izquierda llegamos a la confluencia de Velázquez Bosco con Samuel de los Santos Gener, una calleja sin salida, cuyo caserón del fondo, el que impide continuar el paso, fue antiguo Museo Arqueológico y ahora está a la espera de que la Universidad de Córdoba instale allí alguna facultad de humanidades. Por las rendijas del portalón se adivinan sueños de otras épocas, envueltos, ahora, en un misterio nebuloso y empolvado con huellas de la historia. Pero el olor a comida de la taberna Los Faroles, en el número 1 de Velázquez Bosco, nos devuelve a una realidad más prosaica. Aunque por poco tiempo. La estrechez de la calle, de sombras indefinidas a estas horas, parece como si obligara a la plegaria y al recogimiento: al fondo, el arte y la religiosidad se confunden con el tipismo en el cuadro de la Virgen de los Faroles, que Enrique Bustos, alumno de Miguel del Moral, --que también se encarga de echar una mano a su hermano en los baños árabes, que este año han lucido como patio-- cuida de que no le falten flores ni detalles desde hace 27 años para que los viandantes cumplan con la leyenda de la placa: "Si quieres que tu dolor se convierta en alegría no pasarás, pecador, sin alabar a María". Casi al principio de la calle, la señorial casa del corral de comedias --cuya puerta falsa da a la plazuela de la calleja de las Flores-- anda en obras de rehabilitación a la espera de convertirse en futura sede del Colegio de Enfermería. Mientras, los turistas comienzan a llenar las tabernas El Patio Andaluz, La Aldaba y Las Comedias y los mesones Las Flores y El Toreo --que tiene salida a la calleja de las Flores--. En la placita de este típico espacio Jesús Rodríguez Lavín, desde su tienda de souvenirs El Zaguán, observa la evolución del turismo y les enseña su joya particular: un pozo árabe por cuya agua un japonés pagó hasta dinero.