-Once piezas inquietantes. Dice que si algo comparten todos los cuentos de ‘La isla de los conejos’ es una atmósfera extraña.

-La misma que esa convención a la que llamamos realidad en cuanto nos percatamos de cuánto tiene de ficticio.

-El libro se iba a titular ‘La habitación de arriba’, que es otro de los relatos. ¿Qué encontró en ‘La isla de los conejos’ que le hizo cambiar de opinión?

-Fue mi agente, María Lynch, quien me dijo que era mejor así, y entonces me acordé de La casa de los conejos de Laura Alcoba y de lo mucho que siempre me había gustado ese título.

-Escribe todos los días, pero tarda en publicar. Es lenta escribiendo. ¿Le gusta ver madurar cada página o la inseguridad es parte de este oficio?

-Todo eso sumado a que el tiempo haga su trabajo de criba.

-Como decía usted, los cuentos comparten una atmósfera, pero cada cuento bebe de un sitio diferente, de un conflicto único.

-Sí, en efecto. Si no fuera así, el libro sería una novela.

-El cuento con el que titula el libro es una anécdota que le contó un amigo, Sancho Arnal, que dice, como homenaje, es su verdadero autor.

-Él me regaló la historia sin saberlo, o yo se la robé. Sancho Arnal me cuenta siempre cosas loquísimas, cosas que hace él, así que también podría decir que escribir ese cuento fue un intento de vivir yo esas cosas a través de la literatura.

-El tema de ‘La habitación de arriba’ lo desarrolló en ‘La trabajadora’: la precariedad y la desposesión por el trabajo. Hoy, desgraciadamente, casi es una epidemia.

-Lo peor es que ha sido una epidemia casi siempre. España es un país de escasez. Las dos novelas capitales en nuestra tradición son el Lazarillo, que cuenta la vida de un miserable, y El Quijote, que es un hidalgo pobre. Parecía que habíamos salido de ahí, pero…

-Dice que lo que nos perturba y no hacemos consciente nos puede destruir. ¿De esa materia está hecho este libro?

-Diría que en parte sí. Ya el impulso creador es misterioso, al menos en mi caso. No sé muy bien qué es lo que me lleva a escribir unas historias en vez de otras. Ahí hay algo oscuro que ordena, que pide ser expresado, recorrido, iluminado.

-El relato necesita de una intensidad que se disipa en la novela. ¿Con qué género se siente más cómoda?

-Me siento cómoda cuando encuentro la forma más apropiada para expresar algo, ya sea un relato o una novela.

-El feminismo no está a salvo del giro conservador y vulgar que vive nuestra sociedad. ¿Sabe hacia dónde vamos?

-Se está sustituyendo el pensamiento por un simple estar a favor o en contra que tiene más de identitario que de otra cosa. Como pertenecer a un partido de fútbol o ser nacionalista. Y eso también ha contaminado a cierto feminismo, que al tiempo que se declara como no esencialista, defiende las esencias cuando reparte carnets de buenas feministas. Aunque a lo mejor siempre hemos estado ahí, en el dogma, y lo que pasa ahora es que las redes amplifican el asunto.

-Le molesta que el feminismo sea reactivo y no propositivo y que la mujer aparezca como víctima.

-Me molesta como feminista que soy. La víctima se ha convertido en el lugar santificado de enunciación, y es una posición peligrosa porque impide el empoderamiento, refuerza el estereotipo machista de que la mujer es alguien débil y obvia los logros de muchas mujeres, su poderío. Santiago Alba Rico, en un artículo suyo, traía la siguiente reflexión de Sánchez Ferlosio: «Sólo el daño recibido de otros hombres crea valor, porque la víctima se hace acreedora de retribución y se convalida, por tanto, como ‘de los buenos’. Sólo la culpa humana produce lo que podríamos llamar ‘víctimas morales’, porque son acreedoras de venganza». No suena muy revolucionario, ¿no?, y yo creo que el feminismo ha de ser revolucionario, no replicar al Dios del Antiguo Testamento.