Díganme ustedes, mis leales, si no es para titular así a pesar de lo que está cayendo, que no es poco. A las seis de la mañana del viernes 26 de enero, unos minutos antes, en Radio Nacional de España escucho la palabra siempre cercana de mi confesor personal Antonio Gil --aunque no me haya confesado nunca en su sitio, cosa que estoy dispuesto a realizar en cuanto él quiera en su parroquia de San Lorenzo--, que me aconseja en el Día Mundial de la Fe con su mejor verbo. O sea, nada más romper la mañana, Córdoba para empezar. Por si fuera poco, esa noche apagué la luz después de leerme un rato El camino mozárabe, de nuestro casi gran novelista e investigador Jesús Sánchez Adalid, con tanta Córdoba en sus páginas. Y además ha dicho: "¡Hay tantas historias que contar en la ciudad califal!" Y lleva razón el gran cronista. O sea, con Córdoba me acuesto, con Córdoba me levanto.

Le echo al pan habitual, que se parece tanto al mollete, ni más ni menos que aceite del genio Paco Ariza, de Baena, del que hace con sus propias manos, cuida como a una amante y encima me lo envía en una lata antigua de las que ya no se ven. Gloria bendita, otra vez Córdoba en el paladar, que es igual que decir Córdoba en vena.

He visto en la ventana, a veces mágica del cuarto de estar, a Mercedes Valverde, que está guapa de caerse, enseñando su amor más grande: el Museo de Julio Romero de Torres, que me cuentan que harán pronto una pelicula sobre su apasionante historia. ¡Ay esa plaza del Potro que no olvidaré nunca aquella noche de luna! Pero hoy no quisiera acudir a la memoria, que me hiere siempre en la mitad del pecho como un cante, y quisiera recordar a mi amigo El Pele, que sigue luchando como un valiente.

Sí que les quiero asegurar que hace unos días anduvo por Córdoba de riguroso incógnito, aunque le es difícil pasar inadvertido, el actor Jean Reno, que va buscando por el sur la verdad del aceite de oliva. Veo también hablando de arqueología, que le gusta tanto, a Manuel Pimentel, y que además tiene una yeguada preciosa. Siempre haciendo Córdoba, siempre y bien.

Aprendo de una vez por todas de quién es el castillo de Almodóvar, que como poco veo dos veces por semana, una de ida y otra de vuelta a través de la ventanilla del AVE. Lo enseña, tímido y eficaz, su dueño, el joven marqués heredero. Una belleza, restaurado por dentro con el mimo y la verdad al mismo tiempo. Así que a ver si me deja el marqués de la Motilla, por lo menos, dormir una noche en su castillo. Forma parte de mis deseos aún sin cumplir, pero no pierdo la esperanza.

Termino con la frase y la palabra de moda, lo que la gente dice aunque esté "hasta las trancas", que era lo que le pasaba a Carmen Ordóñez cuando en la mitad del infierno de su propia vida se echaba el pelo a la espalda y decía: "¿Que cómo me encuentro, dices? Estoy DI-VI-NA-MEN-TE".