Mi amiga Esperanza, esa que sabe tanto de cocina y tantas ideas me ha dado para esta página, está arrepentidísima de haber hecho una piscina en la parcela que heredó de su tía abuela Gertrudis, que no tenía hijos, y a la hora de hacer testamento, tomó como único criterio que Esperanza era la mayor de la numerosa sobrinería, y a ella le dejó todo lo que tenía.

Cuando llegó a sus manos, la parcela venía acompañada de una casa y, desde entonces, pasó en ella los veranos. No tenía piscina, y cuando le preguntábamos por qué, respondía con ambigüedades: que si el mantenimiento era muy pesado, que si no le gustaba el agua, que si se le iba a llenar la casa de gente...

Lo de que no le gusta el agua, no me lo creo, porque más de una vez estuve acogida a su hospitalidad, y frecuentemente proponía que nos refrescásemos a manguerazos, o sea, regándonos con la manguera.

APERITIVOS MENUDOS

Pero no vayan a pensar que Esperanza es basta o poco glamurosa. Todo lo contrario. Ella prepara y sirve como nadie todo el repertorio de aperitivos menudos, bocaditos rellenos y canapés.

Todo ello acompañado de un cava brut muy frío, que compartíamos entre cuatro amigas, mientras charlábamos sosegadamente, luchando con la somnolencia del atardecer. Hace unos años, sus hijos la convencieron de que hiciera la piscina.

Y todo cambió. Cuando llega el buen tiempo, llena la despensa y el frigorífico con caprichitos: cervezas de marca; patatas fritas, aceitunas y frutos secos; embutidos y latas de conserva.

LAS VISITAS

Y comienzan a lloverle las visitas: su hijo, con la pandilla; su hija, con el novio; amigas, con los maridos y los niños; la vecina de su madre, con los dos nietos... Las de siempre, ya ni vamos.

Los visitantes, al llegar, dicen: «Nosotros no queremos molestar. Nos hemos traído -por ejemplo- un pollo asado y un kilo de langostinos...».

Esperanza está harta. Porque nadie cumple: los niños corren empapados por la casa y se comen las patatas fritas, el novio de la hija se bebe las cervezas, los amigos del hijo se hacen bocadillos...

Y la vecina de su madre se despidió el otro día gritando desde la verja: «¡Ahí te dejo lo que ha sobrado del pollo! ¡Ah, y limpia bien la piscina, que a los niños se les han caído dentro las cabezas de los langostinos». Y ella, claro, añora los tiempos de la manguera.