¿Qué se le pasa a uno por la cabeza cuando se encuentra a 7.500 metros de altitud y a escasas tres horas de afrontar un reto que, tal vez, va a ser irrepetible? Nada. Muchas veces las reflexiones ante un desafío, por muy exigente que sea, traen una carga de simplezas que asombra. «¿Por qué subir una montaña? Porque está ahí», dijo Lionel Terray, uno de los pioneros del montañismo francés al que se consideró el «conquistador de lo inútil». Diez años después de su gesta, Ricardo Guerrero y el montillano José Baena recordaron para Diario CÓRDOBA con la misma honestidad que Terray las horas que precedieron al momento en el que se aproximaron al cielo todo lo más que puede un humano en la tierra sin dejar de pisar el suelo con los pies. «Nada, no piensas nada. Solo en comer todo lo más que puedas». La simplicidad del héroe y del pionero, porque desde que Guerrero y Baena pusieran por primera vez la bandera de Córdoba (la expedición que se denominó Córdoba-Everest Capitalidad Cultual) en la cima del Everest el 21 de mayo de 2008, a 8.848 metros de altura, nadie más de esta provincia lo ha vuelto a hacer. Ni consta que haya alguien más en el intento. Cuando han transcurrido 65 años desde que Edmund Hillary y Tenzing Norgay se convirtiesen en los primeros mortales que coronaban el Everest, el 28 de mayo de 1953, no llegan a 5.000 los alpinistas que han seguido sus huellas, y solo las de dos cordobeses han pisado ese camino.

ESCALERA HACIA EL CIELO

Ricardo y José habían formado cordada con una sevillana que había acompañado en vano a Guerrero en la cumbre del Broad Peak el 20 de julio del 2003, Lina Quesada, a las puertas de convertirse ahora en la primera mujer andaluza en la cumbre del mundo, además de los experimentados montañeros vascos Juanra Madariaga y Jordi Estanyol (a pesar de que San Sebastián rivalizaba con Córdoba por la capitalidad cultural y podía generar algún conflicto con el patrocinador principal de la aventura, que no fue el caso) y los catalanes Xavi Arias y Xavi Aymar. Hasta llegar al desafío final, en el campo IV, habían tenido que pasar por una agotadora escalada. Eran las 18.00 horas cuando se plantaron en las tiendas a 7.500 metros de altitud y sobre las 21.00 horas estaba previsto partir hacia la cumbre. Antes habían tenido que volver a subir la exigente cascada de hielo del Khumbu. Por sexta vez. Situada en la zona que los montañeros conocen por el valle del silencio, se trata quizás del principal obstáculo y el más peligroso cuando se decide tomar la ruta del collado sur hacia la cima del Everest, como habían acordado sobre la marcha Guerrero y Baena. Superado el glaciar de Khumbu, la expedición debía ascender en un único esfuerzo hasta el campo II, a 6.400 metros, que para los Xavi, Juanra, Jordi y la propia Lina encajaba más en su rutina de exigencia. El plan de ruta no daba posibilidad de apelar al comodín de más demoras si se quería coronar la cumbre el 21 de mayo. Porque ese era el día.

Ricardo Guerrero y José Baena creían en los partes meteorológicos que a diario les enviaba desde Córdoba Javier Berrueco con un valor de dogma de fe, a pesar de que el escritor israelí Israel Zangwill dijese en cierta ocasión que «cada dogma tiene su día». Ricardo y José creían en los partes de Berrueco como un niño inofensivo confía en el camino a casa por el que le guían sus padres cuando invade la oscuridad. Eran partes de una exactitud en los pronósticos exquisita. Los que con puntualidad caían en las manos de la expedición cordobesa estaban diseñados por Juan A. Navarro y Juan R. Pérez, de Meteocabra, y en las últimas noticias que enviaban desde la Subbética hasta el Himalaya apuntaban que el 21 de mayo sería probablemente el último día para intentar atacar la cumbre con opciones de no regresar frustrados, aunque hasta una cierta hora. «Hacer cumbre antes de las 12 horas y bajar rápido», fue el consejo que les transmitió Javier Berrueco en función de los mensajes que interpretaba de las isobaras.

CASUALIDADES CLAVES

El equipo de enlace y apoyo que desde Córdoba encabezaba el egabrense Pablo Luque, de Cima 2000, al que una lesión de última hora dejó fuera de la expedición, Néstor y Javi Baena estaba preparado para que esa fuese la playa de Omaha en la hora H del montañismo cordobés. La caída de Pablo Luque, recuerda Ricardo Guerrero, tuvo un efecto determinante en el desenlace final de toda esta historia. «Nos dio la

opción y el presupuesto de ir por el collado Sur. Teníamos dinero para ir por la ruta norte, que era la más barata y para la que nos daba el presupuesto del Ayuntamiento y empresas privadas. Una semana o dos antes Pablo se descolgó. El Gobierno chino también anunció que no subía nadie hasta que ellos no subieran la bandera olímpica. Ellos iban por la norte y cerraron las fronteras del Tíbet. China obligó al gobierno nepalí a que no subiera nadie por la sur. Cuando fuimos no sabíamos si íbamos a poder entrar o no. Pero pudimos entrar por el sur y pagar los permisos con el presupuesto que ya no se gastaba en Pablo». No fue la única alteración al plan inicial. Modificar la idea iniciática es habitual y muchas veces aporta novedades que acaban convirtiéndose en claves para que la operación sea un éxito. Y esta vez tampoco fue una excepción. «Allí tienes que ir improvisándolo todo. El equipo que se formó fue magnífico, casi al 100%. En cuanto a convivencia, coordinar los sherpas… Pepe hablaba con los sherpas en el inglés… Aquello es un mundo, y como no seas ágil, sepas moverte, coordines, aproveches todos los recursos que tienes y tomes decisiones rápidas, lo puedes perder. Una de las claves de que pudiésemos subir los siete fue la coordinación entre todas las expediciones», afirma Guerrero. Otra casualidad: «Coincidimos con la primera expedición nepalí femenina», se felicita Ricardo, y asiente José: «Y el hermano de nuestro sherpa iba con esa expedición. Entonces conseguimos coordinarnos de forma que nosotros subíamos un día y ellas otro. Así aprovechábamos ambos las tiendas. La logística era menor. El gasto energético se reducía a la mitad. Al campo I incluso nos llevaron una sopa. Yo pasé una vergüenza… Ahora ya no puedo con ella. Pero allí era para darle un beso. Ellas hicieron cumbre al día siguiente».

CAMPO IV: CUENTA ATRÁS

Cuando Ricardo Guerrero y José Baena se desplomaron en las tiendas del campo IV sus cuerpos, no obstante, estaban abatidos. La ascensión al campo III había sido un importante test de esfuerzo. Se trata de una subida muy vertical y más técnica, algo que, sin embargo, en este caso beneficiaba más a los cordobeses que al resto del equipo. Este tipo de competencia con la montaña se adapta más a sus características como montañeros. Por eso, cuando se acomodaron en la tienda tuvieron tiempo de tomarse un respiro e hidratar para el arreón final. Quedaba por delante la subida al campo IV, muy lejos, muy alto, situado en el collado sur, al que por algo los que han pasado por allí llaman la zona de la muerte.

Desde el campo III al campo IV hay que superar dos pruebas frente a las que son muchos los que deciden retroceder: el espolón de los Ginebrinos y la Banda Amarilla. El espolón de los Ginebrinos es una saliente de roca negra cubierta de nieve que ayudan a sortear las cuerdas instaladas en el recorrido. La Banda Amarilla es una sección intercalada de mármol, filita, y esquisto que requiere unos 100 metros de cuerda para atravesarla. Desde allí se accede a la zona de la muerte. Los que han llegado hasta allí no disponen de más de tres días de resistencia a esta altitud para intentar asaltar la cima del Everest. Muchas veces la barrera del éxito no está en tocar el techo del mundo, sino en salir de allí para contarlo. Si el tiempo no es propicio lo mejor es descender de nuevo hasta el campamento base y en la mayoría de los casos desistir en el esfuerzo. Los partes de Berrueco ofrecían luz en esta ocasión para intentarlo.

Ya en el campo IV, a 7.500 metros de altura, Ricardo y José tiraron de oxígeno y de viandas. Y aplicar la ley del mínimo esfuerzo. Cualquier gota de fuerza hay que reservarla para el esfuerzo final. Eran las 18.00 horas. «Yo pensé que no llegaba», reconoce José Baena. Claro que, Ricardo Guerrero es más sincero aún: «Y yo pensé que si él subía yo ya no tenía por qué…Ya hemos conseguido el objetivo. Todo el mundo va al Everest con la novatada. Yo siempre prefiero subir sin oxígeno. El que va sin oxígeno tiene un 50% de posibilidades de morir. Uno murió por eso en la bajada, un suizo. Fue el único sin oxígeno ese año y murió».

Las tres horas en el campo IV fueron para recomponer el psico y el físico. «Lina, Pepe y yo estuvimos dos o tres horas en las tiendas. Estábamos echados pero sin poder dormir porque era imposible. Había que beber y comer todo lo que te dé tiempo, porque no te da tiempo a rehidratarte lo que el cuerpo necesita. Estás a 8.000 metros y cada minuto que pasa el cuerpo está degenerando. Por sobrevivir a esa altura, el cuerpo ya está realizando un esfuerzo y un gasto energético brutal. Solo era comer, beber y descansar. Cada uno tiene sus debilidades, lo que te entre es lo que tienes que comer, sino vomitas. Beber té, sopa, lo que entre…», indica Guerrero. «Yo le decía al sherpa que al día siguiente no subía. Pero ellos no te dejan, saben que en el campo IV no vives. Te decían ‘subimos ese día, subimos ese día’. Lina iba peor, íbamos todos muertos», cuenta Baena, y Guerrero apostilla sobre el estado en el que su compañera llegaba al desafío final: «A Lina teníamos que ayudarla a cruzar las grietas».

HACIA LA CUMBRE

Sobre las 21.30 horas salió el equipo. El tiempo, como anunciaba Meteocabra, era bueno, bajo un frío que iba a más por minutos, pero se podían ver las estrellas como nunca antes las habían divisado. Así que la Expedición Córdoba Everest afrontó sin demora las rampas cada vez más verticales. Como una advertencia de lo que les aguardaba en los metros siguientes, José caminó alrededor de un cadáver congelado que, aunque durante la subida había pasado desapercibido por la oscuridad, a la bajada fue divisable. Al llegar al balcón, a 8.500 metros, empezaron a alumbrar la marcha los primeros rayos de luz del nuevo día. Ricardo y José se agarraron a la primera botella de oxígeno como el boy scout que en su primera montaña devora el bocadillo como el salvoconducto para poder alcanzar el final del sendero. Desde ese instante, la claridad iba a ser una apreciada compañera de viaje. La luz del sol dejó a la vista, a su vez, una percepción del paisaje del Himalaya que hasta ahora solo habían imaginado por referencias. Ahora lo tenían ante sus ojos. El frío era entonces más intenso, y múltiples cordadas, animadas también por los partes meteorológicos, colapsaban las vías de acceso por aquel collado. Eran colas humanas, montañeros veteranos y noveles con prisas por aprovechar la bonanza climatológica para culminar su plan. «Desde ese punto del Balcón Sur es justo cuando ves la vertiente tibetana, cuando ves China. También es el escenario más bonito porque es cuando está amaneciendo en China, en Nepal no. Hay una barrera, de 4.000 metros por un lado y 3.000 metros por otro. Es de día en la meseta tibetana y por la noche en los valles. Esa imagen simplemente valía la pena», asegura Ricardo Guerrero.

El mítico escalón Hillary, a una altura de 8.760 metros, es como el hall de acceso a la cumbre del Everest. Hillary y Tenzing fueron los primeros en superar esa barrera. Entonces lo hicieron casi con las manos como única herramienta, en la actualidad el peñasco se supera con la ayuda de una escalera atornillada por una expedición china en 1960, que con el paso de los años sigue siendo de fiar, y con las cuerdas instaladas por los hábiles sherpas. «Nuestro sherpa del Cho Oyu era un crack. Nima se llamaba --cuenta Baena-. Su hermano tiene un récord de velocidad de subir al Everest. Él era quien mandaba allí, tenía mucha experiencia. Se llega a tener un nivel de convivencia brutal, yo he llegado a estar en el campo base con él abrazado. Contratamos al sherpa antes que a la empresa. El sherpa y el cocinero son fundamentales. En parte tienes una garantía, porque había mucho lío con las tiendas y el oxígeno. Era un espectáculo, había que pelearse todos los días. Con el oxígeno nos mandaron botellas recicladas, y lo habíamos pagado. Al final llegaron, pero se montó un follón. Nosotros ya habíamos subido, ¿y si no llegaban las nuevas?». «El escalón Hilary, que ya se ha hundido con el terremoto, no era difícil, pero sí peligroso -prosigue Ricardo Guerrero--. En los cursos de seguridad en altura que doy hay dos niveles a ponderar: la dificultad y la exposición o peligro si te caes. A veces hay poca dificultad pero un peligro muy alto. Por ejemplo, en una ruta de senderismo con una caída de metros, fácil de pasar. A lo que es fácil de pasar va más gente y hay más accidentes. En las difíciles hay menos peligro porque la gente sabe a lo que va. El Everest es menos que el Alpamayo (en los Andes), que sí que era peligroso, había dificultad y exposición, una pared». «Yo porque entramos de noche, porque si llegamos a entrar de día creo que no subo» (ríe Baena).

Superado el penúltimo obstáculo del escalón Hillary, una escalada en apariencia más simple abre paso ya hacia la cima, aunque la abundancia de montañeros deseosos de culminar su trabajo puede llegar a generar un peligroso problema de última hora. Eran las 10 de la mañana cuando José Baena recorrió con andar cansino pero decidido los metros finales y fue el primero de la cordada que hizo cumbre. De forma paulatina, fueron apareciendo Juanra, Jordi Lina, los Xavi y Ricardo. «Yo fui el primero -recuerda con emoción el montillano--. Fueron muchos años currando. Yo vivo en Montilla, venía a Córdoba a trabajar, luego al gimnasio y luego a correr o al rocódromo. Fue muy duro. Y cuando llegas por fin piensas ‘ya tengo hecho la mitad’. Luego hay que bajar. No iba pensando si venía alguien o no detrás en ese momento. Luego ya sí miré y vi que no venía nadie. Primero había habido una tanda de gente que había salido muy temprano y ya habían hecho todos cumbre y se fueron. Entonces cuando llegué no había nadie. Me encontré 50 metros antes al que murió que estaba en mitad de la cuerda y le eché la bronca. ‘Estoy muriéndome, qué haces ahí parado en la cuerda’, le dije. Me hizo un gesto y ya me quité de la cuerda y pasé por el lado. Fue algo muy grande». «Nosotros aparecimos 20 minutos o media hora después por lo menos -añade Guerrero--. Yo entré con Juanra, nos dimos la mano y los últimos pasitos lo hicimos corriendo».

No es muy normal que todos los miembros de una misma expedición hagan cumbre. Ya es un éxito para todos ellos que uno pise la cima y regrese para contarlo. A los dos cordobeses le acompañaron todos los compañeros del desafío, compañeros de viaje inesperados cuando Ricardo Guerrero y José Baena se propusieron ser los primeros cordobeses en llegar al Everest en el año 2007, en pleno desafío al Cho Oyu, también en el Himalaya. «Yo creo que no íbamos a tener ese año otra oportunidad, porque no te da tiempo a recuperarte para otra subida», señala Ricardo Guerrero. «Estábamos muy quemados, fue mucho tiempo allí. Estuvimos dos meses y medio, y volvimos una semana antes», confirma Baena.

¿Y qué se puede encontrar uno en la cima del planeta?. «La cumbre no es pequeña», describe José. «Aquel año no estaba pequeña -asiente Ricardo--. Había como una seta de nieve grande y alrededor iba cayendo. Había mucha gente porque los que llegaban se iban quedando». «Estaríamos como 20 personas -continúa su compañero--. Había como un montículo de nieve más alto que el resto y ahí nos sentamos. Como no había nadie, nos sentamos y nos hicimos la foto. Los sherpas también fliparon porque había uno que era la primera vez que subía».

Han pasado 10 años desde entonces y ningún otro cordobés ha tirado de la cuerda que Ricardo y José plantaron en el Himalaya. A la hora de hacer balance casi predomina el pragmatismo al heroísmo: «Cumplimos con nuestro compromiso con los patrocinadores y la gente que apoyaba. Ese compromiso fue llevar la bandera de la Capitalidad Cultural, y lo cumplimos. También tuvimos con el Córdoba CF algunos saques de honor... Después, esos compromisos estamos satisfechos porque los llevamos hasta el final. Fue un equipo cordobés que se formó con ese reto. Lina se apuntó y formó parte e hicimos cumbre los siete. Realmente el éxito fue ese. Dos cordobeses, una sevillana, dos vascos y dos catalanes», dicen los dos últimos cordobeses conquistadores de lo imposible.