Sigue la cuenta de toros que se marchan con las orejas puestas en este San Isidro. Ayer le tocó el turno a Hortelano, un buen ejemplar de la divisa de Ricardo Guerrero lidiado en cuarto lugar, que, para su desgracia, le fue a para a El Fandi, que, sin estar mal, pues desplegó todo lo que sabe hacer, tampoco estuvo bien, precisamente por el escaso nivel artístico de su tauromaquia.

A su favor hay que decir que no engañó a nadie, pues así es él en estado puro, el mismo que encandila y pone patas arriba las plazas y ferias de segunda, y hasta alguna de primera, pero en Madrid hay que estar de otra manera, precisamente como el granadino no sabe.

Y es que Hortelano fue otro de los toros de lío que se han escapado en estos primeros siete festejos isidriles, un astado con buen tranco y muy manejable sobre todo por el derecho, nada que ver con la absoluta falta de raza de sus otros cinco hermanos, y con el que El Fandi, muy variado con el percal, se empezó a meter a la gente en el bolsillo con sus consabido espectáculo rehiletero. También con los dos derechazos y el circular de rodillas con el que empezó la faena de muleta. Hasta ahí bien. Pero lo que vino después fue una oda al toreo mecánico y sin emoción. Que hubo limpieza, temple y ligazón, por su puesto, que pegó algunos muy despacio, también, pero que faltó alma, hondura y más reunión, lo que más. Tres manoletinas de rodillas, estocada baja de efecto fulminante y la plaza blanca de pañuelos en demanda de un trofeo, que el usía, que le estaba esperando después de un desaire del granadino al negarle un cuarto par de banderillas en su imposible primero, decidió no concedérselo.

En las antípodas de esta faena, estuvo la que protagonizo Garrido al cuarto, un toro sin raza y muy agarrado al piso, al que el extremeño exprimió a base de entrega y corazón, de aguantar parones, quedarse muy quieto y poner mucha ciencia al asunto para lograr muletazos extraordinarios por el pitón izquierdo. Se vació por completo Garrido, que acabó entre los pitones para epilogar su labor con unas ajustadas bernadinas. Se había trabajado la oreja, la tenía en su mano, pero su mala espada lo dejó todo en una gran ovación. Y no pudo resolver nada el pacense con el desabrido sexto, con el que puso nuevamente mucha voluntad, logró otra vez pases muy meritorios, pero no acabó de calentar unos tendidos desesperados otra vez por sus repetidos fallos con los aceros.

El que está para hacérselo mirar es Miguel Ángel Perera, que, sin lote propicio, se le vio demasiado precavido en dos trasteos insulsos y anodinos.