El pecado original, la mancha indeleble de la vergüenza y la ignominia en el corazón de Europa es el antisemitismo. El odio hacia los judíos ha formado parte de lo peor del acervo europeo en forma de guetos, expulsiones y asesinatos en masa (pogromos) hasta llegar a lo que los nazis denominaron la "Solución Final" al "problema judío".

Tras la barbarie de Auschwitz y demás campos de exterminio podría parecer que los europeos nos habríamos confabulado para que no volviese a surgir en nuestro territorio el fantasma del antisemitismo. Sin embargo, de nuevo Europa corre el peligro de ser una "tierra sin judíos". Acosados, humillados y ofendidos, los judíos tienen que soportar en muchas partes de la presuntamente civilizada Europa los insultos y vejaciones de aquellos que, llevados por un sentimiento de inferioridad ante la mayor riqueza y cultura media que posee la comunidad judía, quieren creer en imaginarias confabulaciones para dominar el mundo. Y es por ello que los judíos están abandonando rápidamente y en número creciente países como Rusia, Francia o Suecia para recalar en los dos únicos países en los que a día de hoy un hebreo puede sentirse razonablemente seguro: Estados Unidos y, claro, Israel.

En la actualidad se están publicando los Cuadernos Negros de Martin Heidegger, un extraordinario filósofo que, sin embargo, puso su gran talento al servicio del régimen nazi. En dichos escritos Heidegger caracteriza a los judíos como un pueblo sin raíces, calculador, falaz y felón, "destructores del Ser". El "antisemitismo metafísico" de Heidegger refleja de una manera sofisticada un prejuicio generalizado entre los racistas vulgares, lo que unido a la tradicional malquerencia cristiana contra los judíos, a los que acusan de deicidio y de negar el carácter mesiánico de Jesús, actúa como un veneno ideológico en mentes débiles y corazones corruptos.

Este acoso es lo que nos muestra el periodista sueco Peter Ljunggren en el documental Judehatet i Malmö ("Odio al judío en Malmoe", disponible en Youtube), en el que se pasea por la ciudad tocado con una kipá y luciendo una estrella de David. A ver qué pasa. Y lo que pasa es que es acosado, insultado y amenazado. Como toda la comunidad hebrea en el "paraíso" sueco, donde los judíos comprueban que lo peor no son los amenazas proferidas por los xenófobos sino que las autoridades hacen caso omiso a las denuncias, convirtiéndose en cómplices objetivos de los violentos. Ha llegado la hora de reactualizar el "Yo acuso" de Zola para denunciar a los acomplejados, envidiosos, resentidos y rencorosos antisemitas que detestan sobre todo el amor judío por la cultura y la abstracción. El genial Jorge Luis Borges, por el contrario, siempre lamentó no ser judío por eso mismo.

El antisemitismo se disfraza en Europa de antisionismo y está muy vinculado a inmigrantes de Oriente Medio que profesan un Islam radical. En este contexto, el Estado de Israel no es sino la cortina de humo perfecta para justificar este racismo antisemita, usando a los palestinos como la víctima perfecta en la que exorcizar su odio. Lo que sirve de excusa para la salida del armario de los antisemitas autóctonos. Por el contrario, el sueño europeo consiste en fusionar Atenas y Jerusalén, Sócrates y Moisés, el Logos y la Torá, sin que ninguno de ellos pierda su esencia, en una identidad cultural superior, más rica, armoniosa y poderosa. El centro de Europa, y por extensión de Occidente, se encuentra en el Vaticano, justo en el punto medio de la distancia que media entre el dedo derecho elevado por el griego Platón, en el fresco realizado por Rafael, señalando hacia la Verdad, y el brazo derecho alzado del judío Jesús de Nazareth, en la Capilla Sixtina pintada por Miguel Angel, impartiendo Justicia.

Afortunadamente, hay todavía una cantidad mayoritaria de judíos que se sienten europeos y están orgullosos de serlo a pesar de las persecuciones. De Maimónides a Gustav Mahler, pasado por Spinoza, Franz Kafka o Albert Einstein, los judíos han contribuido a construir el sueño europeo mientras que los antisemitas han tratado de destruirlo en una pesadilla nihilista. A más Zweig, menos Hitler. Y viceversa. Es necesaria una política de tolerancia cero contra los que propagan el odio contra los judíos. Para que no se haga realidad lo que desde Dinamarca, donde se ha realizado el último atentado contra una sinagoga, declara Max Mayer: "Preferiría trabajar como barrendero en Tel Aviv que vivir escondido en Dinamarca". Del mismo modo que tras el crimen contra la libertad de expresión en París (casi) todos nos manifestamos bajo el lema de "Yo también soy Charlie Hebdo", ante la marea negra de antisemitismo que nos ahoga, los europeos de toda condición religiosa, cultural y étnica tenemos el compromiso moral y el deber político de proclamar que "Yo también soy judío".

* Profesor de Filosofía