Los que nos dedicamos al estudio de los sistemas democráticos sabemos que en ellos las conquistas nunca son irreversibles. Que en materia de derechos es necesario batallar diariamente por su garantía y efectividad. Que las libertades son siempre frágiles frente a los vientos todopoderosos de las voluntades políticas. Es por ello por lo que la democracia es el más exigente de los regímenes políticos. No solo porque obliga a aprehender y ser coherente con la ética cívica que lo anima sino también porque, más que un estado, es un proceso, un camino siempre por concluir, un horizonte hacia el que caminar superando los obstáculos que impiden la efectividad de nuestras libertades.

En estos casi 40 años de democracia española, de la que con razón hoy subrayamos tantas imperfecciones, las mujeres no han dejado de ir alcanzando los espacios de autonomía que no solo el régimen anterior, sino toda la historia, les había negado. Han sido muchos los logros jurídicos, los avances sociales y las transformaciones de unas estructuras que todavía hoy, sin embargo, perpetúan en buena medida la discriminación de la mitad femenina frente a la masculina que se resiste a perder privilegios. Como bien nos relatan las políticas que toman la voz en el magnífico documental Las constituyentes , han sido necesarias muchas energías feministas y muchas protagonistas que desde 1978 han peleado por alcanzar y mantener un estatuto de igual ciudadanía. Todo se ha ido logrando paso a paso, pacíficamente, con el arma feminista de la persuasión y con un ejercicio constante de responsabilidad democrática.

Pensábamos, por lo tanto, que muchos debates habían quedado zanjados, no solo desde el punto de vista político sino también jurídico. Sobre todo los que tienen que ver con el reconocimiento de derechos y de las garantías que los hacen efectivos. No podíamos imaginar en este sentido que en una cuestión como el aborto volviéramos décadas después a abrir los interrogantes que habían quedado resueltos en 1985, como tampoco habíamos perdido la esperanza de que la reforma del 2010 se consolidara en cuanto que subsanaba inseguridades anteriores y nos situaba al lado de aquellos ordenamientos que confían plenamente en la autonomía de sus ciudadanas.

Sin embargo, una vez más se ha vuelto a demostrar la enorme fragilidad de los derechos, y muy especialmente la de aquellos que tienen que ver con el estatuto jurídico de las mujeres. De nuevo se las vuelve a tratar como menores de edad y se les niega el derecho a la maternidad, en su vertiente positiva y negativa, así como la capacidad para ser titulares de derechos sexuales y reproductivos que muchos y muchas entendimos que eran fundamentales. Todo ello en un momento de brutal reacción neoliberal y machista en la que muchos parecen sentir nostalgia de la mujer que fue y en la que de nuevo, y van no se cuantas veces en este país de palios e incienso, la moral de un grupo pretende imponerse como la moral de todos y de todas. Frente a este atropello, las mujeres, y con ellas también afortunadamente al fin también muchos hombres, no han dejado de movilizarse. Lo hicieron el pasado 1 de febrero siguiendo la iniciativa de la Tertulia Feminista Les Comadres y Mujeres por la Igualdad de Barreros, la cual se concretó en un viaje en tren hasta Madrid y en una manifestación histórica en la capital. Ese ejemplo de sororidad fue recogido en una película realizada gracias a la Asociación de Mujeres Cineastas y de Medios Audiovisuales. Yo decido, El tren de la libertad, se estrena el próximo día 10 de manera simultánea en toda España. También en Córdoba. En la Filmoteca de Andalucía tendremos la oportunidad de sentirnos viajeros y viajeras de ese tren, desde el convencimiento de que se trata de una lucha democrática y de que está en juego la mayoría de edad de las mujeres. Esa que, aunque debería ser obvia, todavía necesitamos reivindicar.

* Profesor titular de Derecho

Constitucional de la UCO