En tiempos medievales florecieron herejías cuyo fin último era siempre el mismo: volver a la sencillez, a la pureza de espíritu, al cultivo sincero de las relaciones humanas, al respeto por el entorno y la viabilidad del futuro. Desde el Husismo a los cátaros pasando por los extremos más puros del franciscanismo de los postulados de Di Fiore, los herejes buscaban desligarse de una jerarquía secularizada en sus apetencias, terrenal, intolerante, rígida, falseada por el lujo. Esto nos lleva a pensar si no estamos reviviendo --esta vez obligados por la necesidad-- un resurgir de lo herético despojado de su vertiente religiosa. Las crisis han venido provocadas por el apego a lo terrenal, al poder grande o pequeño que cada uno pueda cultivar, o disfrutar en sus respectivos ámbitos de vida, al consumismo. El despiporre materialista ha sido inducido por un sistema encantado de convencernos de la validez del gato que nos ofrece escamoteándonos la liebre de los valores humanos. Sí, quizá sea tiempo de volver a lo herético, de parir herejías basadas en la sencillez y el valor de lo auténtico. Como cantaba Joan Baptista Humet "desempolvar viejas creencias que hablaban en esencia sobre la simplicidad". En tiempos medievales los herejes fueron perseguidos y exterminados por un poder incapaz de regenerarse y de leer derecho entre líneas torcidas de los rebeldes. Hoy, el poder del consumo y la esclavitud de lo insustancial se niega a que le volvamos la espalda. Nos hace alimentar la esperanza de que todo debería volver a ser como fue. Herejía.

* Profesor