Tuve como profesor en mi bachiller un cura comunista que en las excursiones nos traía las voces de Paco Ibáñez, Quilapayum, Víctor Jara y también nos hablaba de la otra España de Franco que no aparecía en la tele. Su apostolado en pro de un socialismo cristiano lo llevaba hasta el extremo de no jugar a la lotería ni a «los ciegos» (no se escandalicen, entonces así se conocía y nos referíamos al cupón de la ONCE), ni tampoco participaba en las quinielas comunitarias que rellenábamos porque, según él, qué podía hacer con un dinero que no había ganado con su trabajo, un dinero regalado que no había sudado. Esto del sudor para ganar el pan era una metáfora muy arraigada entre la sociedad rural en la que crecí. Aquello nos parecía una excentricidad del cura comunista, pero yo encontraba en su razonamiento cierta lógica desde una educación que no ponía su fe en el dinero, ni en la ambición, ni en el tener frente al ser. Ya ven en qué ha quedado aquel discurso de mis educandos. Traigo este recuerdo ahora que vuelvo escuchar una campaña que me parece perversa y ordinaria y me rebela cada vez que la oígo, esa que dice una y otra vez «no tenemos sueños baratos», incitándonos a jugar a la lotería para vivir como los horteras que nos refieren y muestran con esa leyenda: «No tenemos sueños baratos». La campaña no es nueva, recuerdo haberla sufrido en alguna otra ocasión, y no comprendo cómo una cosa pública tal que la Administración de Apuestas y Loterías del Estado consienta y pague esta invitación al mal gusto, incitación a la pereza y la desigualdad. Y va dirigida a todos los ciudadanos, a los pensionistas, a los que tienen trabajo y a quienes los buscan y, lo que es mucho peor, a los jóvenes; y luego querrán que estudien, se esfuercen y tomen conciencia de mejorar el mundo. Si al menos junto a esa llamada a ser ricos a toda costa pusieran los caretos de Rato, Bárcenas, Mario Conde o Díaz Ferrán, tal vez serviría para ejemplo de dónde nos pueden llevar los sueños que no son baratos, que salen muy caros. Y no queda ahí la cosa, para no quedarse a la zaga la ONCE ataca retando al personal con su campaña «atrévete a ser millonario», y en paralelo se van alternando en la tele y la radio ambas invocaciones a hacerse ricachones de la noche a la mañana sin dar golpe. Pero, como pagan sus anuncios a precio de oro, nadie dice ni comenta nada. No sé qué dicen los maestros de hoy en eso que llaman tutorías, después de haber sacado de los programas la Educación para la Ciudadanía, de la que tan escasos andamos. Por supuesto, los guardianes de lo políticamente correcto tragan, y ni el Gobierno ni la oposición están para estas cosas. Pero yo tengo para mí que los mejores sueños son lo que no cuestan un duro. H

* Periodista