Hace unos días hemos celebrado el aniversario de la primera década de los smartphones en nuestras vidas. Fue el 9 de enero de 2007 cuando un premonitorio Steve Jobs anunciaba al mundo el nacimiento del primer iphone, que hoy genera más ganancias que la mítica Coca-Cola. Pasamos de los teléfonos móviles que servían para hablar desde cualquier sitio a los teléfonos inteligentes que ofrecían mucho más.

«Cada cierto tiempo, llega un producto revolucionario que lo cambia todo» comentaba aquel día seguro de sí mismo el desaparecido Jobs. No en vano, algunos han puesto dicho engendro a la altura del invento de la rueda, de la imprenta o de la máquina de vapor. Cambiamos los teclados por la tecnología multi táctil, y no solo todo el conocimiento y la información está ahora en nuestro bolsillo, sino que con las aplicaciones (app) tenemos a nuestro alcance cualquier operación comercial, con lo que ello supone una sociedad globalizada y de consumo. El móvil se ha vuelto imprescindible en la vida moderna. Sabemos que ya existen en el mundo más móviles inteligentes que habitantes tiene el planeta. Solo en nuestro país hay casi 51 millones de líneas de telefonía móvil, según el informe Digital Yearbook recientemente presentado. Ya se dice que es la era de los pos- ordenadores.

Pero además del acierto tecnológico y empresarial, los smartphones han cambiado nuestros hábitos y se han convertido en compañeros inseparables. Estamos más delante de un móvil que de la televisión. Los más jóvenes lo utilizan una media de 4 horas diarias y los más adultos casi 3 horas. Y este uso desmedido del móvil comienza a ser preocupante. Casi la mitad de los nativos digitales, reconocen que lo utilizan en clase y mientras comen, no sólo juegan sino que hasta se enamoran a través de la operadora. Miramos de media unas 50 veces el móvil al día. Los psicólogos han bautizado con el nombre de nomofobia nuestra dependencia al teléfono móvil. ¿O quién no siente la tentación irrefrenable de volver a casa si te has dejado olvidado el aparatito? Es la necesidad de sentirnos conectados al mundo, a través de redes sociales, de los mails o de grupos de whatsapps, fruto de esa cibersoledad que se ha instalado en nuestra existencia y que tanta ansiedad provoca. En general nuestra comunicación interpersonal ha pasado a ser más pobre, las personas ya no se sientan unas frente a otras, sino frente al móvil con el que interactúan. Me pregunto qué pasaría si dejásemos por unos días en un cajón el aparatito, una cura de desintoxicación en la que, a lo mejor, descubríamos nuevos sabores y atardeceres, nuevos rostros y latidos, nuevos sentidos, miradas y percepciones.

* Abogado