Hay muchos motivos para ser policía. Incluso habrá equivocados que crean que ello significa una autoridad y no un servicio. Pero gracias a Dios siguen accediendo mujeres y hombres por las dos razones que elevan esta profesión a los altares: la justicia inmediata y el auxilio al necesitado. Los agentes que sudan así el traje han sido fundamentales para mantener la paz social en España porque cuando fueron grises no fueron tan duros como se cuenta y en democracia son garantes de la misma. Por tanto, la Policía Nacional lleva décadas evitando que nuestras calles sean un infierno como en EEUU o Venezuela. Desde aquí, como bandera de todos ellos, rindo homenaje a un grande de este cuerpo, Pablo Fernández Garrido, que goza de un curriculum que marea y que está pasando un bache en su salud: 35 años de servicio, medalla de la orden de Isabel la Católica, medalla de las Naciones Unidas (entre otras muchísimas), seguridad en el Tribunal Constitucional además de labores humanitarias en Haití y en Níger donde no solo contrajo la malaria y denge (que superó como un valiente) sino que contrajo matrimonio con el amor de su vida que es de ese tipo de mujeres que por encima de leyes y costumbres, pasen un año o quinientos, siempre están al lado de sus maridos: Doña Marline Erline, una haitiana bendita. Policías como Pablo cuando aparecen prestos donde hay problemas significan una irrupción providencial como aquellos superhéroes de los tebeos. Ese es mi amigo y desde aquí le ofrezco la medalla más auténtica que pueda recibir un policía: ¡ole tus cojones!

* Abogado