Así lo llamó el historiador Manuel Tuñón de Lara en el título de la obra dedicada a estudiar su trayectoria: "poeta del pueblo". Cuando leí aquel libro, de 1967 pero que yo no conocí hasta la edición de 1981, ya me había convertido en lector del poeta sevillano, y en 1979, en Cáceres, había tenido oportunidad de asistir a un congreso donde el mismo historiador finalizó su intervención con una cita del poeta, porque, afirmó, la verdad parece que lo es más cuando se expresa de una forma bella. Me refiero a Antonio Machado, del que a lo largo de esta semana se hablará en Andalucía porque el sábado se cumplieron 75 años de su muerte en Collioure (Francia), a donde había llegado exiliado cuando ya se anunciaba el final de la guerra civil española. En tierra francesa terminó el camino que iniciara en "un patio de Sevilla", aquel al que yo me asomé de estudiante desde una terraza contigua de un apartamento que, muy a mi pesar, no pude alquilar porque se salía de mi presupuesto, pero al menos durante un día sentí la emoción de compartir con él un mismo paisaje, que luego también busqué por tierras de Soria, de Baeza, de Madrid, de Valencia, si bien aún tengo pendiente la visita a su tumba. ¿Qué atrae de Machado? Tal vez, como dijo Tuñón, porque él y su obra "han llegado a ser algo personal de cada uno, algo que se integra en nuestras emociones, nuestros pensamientos, nuestras escalas de valores".

Hay un texto que ha pasado muy desapercibido, lo escribió su hermano José, quien compartió con él los últimos días. Se publicó en 2008 como Ultimas Soledades del poeta Antonio Machado . Allí, además de acercarnos a algunas de las características y peculiaridades del poeta, se describen sus últimos momentos, su entierro, con su féretro envuelto en la bandera republicana y portado por seis milicianos que acudieron desde el castillo de Collioure donde se hallaban retenidos. En el cementerio, narra, alguien dirigió la palabra a los asistentes y finalizó con estos versos del poeta: "Corazón, ayer sonoro, / ¿ya no suena/ su monedilla de oro?". Dos días después de su fallecimiento, el 25 de febrero, también murió su madre, que le había acompañado al exilio, con dificultades, salvadas en algún caso con la ayuda del escritor Corpus Barga. Cuenta también José que unos días después encontró en el bolsillo de su gabán "un pequeño y arrugado papel" con tres anotaciones. En una reproducía, en inglés, la famosa frase de Hamlet : "Ser o no ser..."; en otra, su último verso, comprensible para cualquier andaluz porque es una evocación de nuestra luz: "Estos días azules y este sol de la infancia", y en la tercera, la corrección de uno de sus poemas.

Además de su poesía, convendría recordar su prosa, en especial la de su Juan de Mairena , un libro que en mi opinión debería ser de lectura obligada en los centros de enseñanza, al menos en Andalucía, donde sabremos comprender la ironía y las segundas intenciones de algunos de los comentarios del profesor que el poeta consideró como su "yo filosófico" y al cual definía como "un filósofo amable, un poco poeta y un poco escéptico, que tiene para todas la debilidades humanas una benévola sonrisa de comprensión y de indulgencia". Asimismo, no podemos olvidar sus artículos en la prensa, y sus cartas, reunidos en una edición admirable por Jordi Doménech con el título de Prosas dispersas (2001), donde se contiene el artículo que le dedicó en 1915 a Giner del Ríos, en el cual expresa algo que sus lectores le podríamos aplicar a él: "Yo pienso que se fue hacia la luz. Jamás creeré en su muerte, solo pasan para siempre los muertos y las sombras, los que no vivían la propia vida. Yo creo que solo mueren definitivamente sin salvación posible, los malvados y los farsantes". Ninguna de las dos cosas era don Antonio.

* Catedrático de Historia