Están muriendo por decenas. Para las víctimas de la masacre la vida no vale nada, inmersas como están en una guerra sin cuartel. Sus días están pintados de luto o de mentira. Su destino está en manos de carceleros que las manejan a su antojo, tiranos capaces de condenarlas al destierro, de anular sus sentidos, de borrarles la sonrisa pintada de carmín, de forzar sus deseos. Sus asesinos no tienen alma, son caníbales capaces de devorar las entrañas hasta de las madres que parieron a sus hijos. Lobos con piel de cordero, cobardes que hacen a sus víctimas vivir sin rumbo, a la espera de una luz que les muestre el camino, camufladas para esquivar nuevos golpes.

Es el retrato espeluznante de las mujeres condenadas a dormir con su enemigo, las víctimas del machismo y el maltrato, que llevan años recibiendo el día de Reyes un trozo de carbón. El día a día de quienes se fueron al otro barrio soñando con ser libres.

El 2017 ha sido el año de la barbarie. Otro más. Un año de vergüenza en el que muchas mujeres, de forma espontánea, han unido su voz para denunciar los abusos sexuales que han sufrido a lo largo de su carrera. Otra punta de un iceberg que esconde una guerra civil de puertas adentro. En casas, en camas y en empresas. Ya está bien de callar, de mirar hacia otro lado. Ya está bien de fingir que no pasa nada. Hablar de guerra no es una exageración si hay víctimas mortales, como no lo es hablar de terrorismo armado cuando quien mata lo hace a bocajarro, por la espalda, sin piedad.

Ha llegado la hora de plantarse, de arrancar las raíces del machismo, abonado durante siglos. Ha llegado la hora de plantar semillas para la paz entre los hombres y las mujeres. De quitar las malas hierbas para que crezca la igualdad. Mejor por las buenas, pero también por las malas. Ni un abuso más. Ni un golpe más.

¿Cuándo aprenderán las mujeres que unidas son legión? Ojalá el 2018 marque la diferencia. Aunque viendo las campanadas entren ganas de romper la televisión. Sin tetas también hay paraíso, por más que alguien se empeñe en negarlo. Ha llegado la hora de la revolución contra el machismo. ¿Cuántas mujeres más hay que enterrar? Quien quiera subirse al carro de la igualdad, que sea bienvenido. Y al que no, que lo parta un rayo. Las generaciones presentes y futuras no pueden seguir creciendo sobre la fosa común del machismo. Y las mujeres, señoras y señores, ya no quieren más carbón.