El escándalo de Facebook no es un tema menor que afecte solamente a una compañía extranjera, sino que sus 2.200 millones de usuarios en todo el mundo, y los 23 millones de perfiles en nuestro país elevan exponencialmente la repercusión de sus grietas a escala planetaria. El mundo inocente y feliz creado por Mark Zuckerberg para encontrar amigos pasados y fortalecer relaciones presentes desde el sofá de tu casa, se viene abajo corrompido por la realidad del poder y del dinero.

La utilización fraudulenta de los datos de 50 millones de usuarios para favorecer la campaña política de Trump, a través de empresas de análisis de datos, pone al descubierto varias evidencias. La primera que estamos literalmente «vendidos» con todo lo que asoma en las redes sociales o circula por internet. Frente a los protocolos de protección, en Google se anuncian cursos de hackers para vulnerar la seguridad informática y asaltar todo tipo de contenidos. Hasta el propio Pentágono ha visto comprometidos sus archivos, imagínense los del vecino del tercero o la tienda de la esquina. No solo los amigos son virtuales en la red, la seguridad también. Otra evidencia clara es que pese a las normativas de protección de datos, la legislación va detrás de la realidad, resultando escasa y además fragmentada frente a este tipo de aplicaciones planetarias que exigen acuerdos internacionales para la protección de los consumidores, o para la homologación y regulación de aspectos fiscales y tributarios entre otros.

También se pone de manifiesto que las bases de datos de cualquier tipo, terminan con la privacidad, desnudan a una persona y son la nueva panacea del mercado, que aporta un plus diferencial sobre la competencia en cualquier género de producto. Se analizan nuestros likes, formación, viajes, residencia, aficiones, usos e ideologías que gratuitamente subimos a la red y que son codiciados por todo tipo de empresas que nos utilizan como consumidores potenciales a los que ofertar sus productos en este mercadocentrismo imperante, generando un valor económico que sucumbe al poder del dinero. Los algoritmos analíticos de última generación, a través de nuestras búsquedas y consumos, ya sea en iTunes, Google o en Amazon pueden predecir nuestros gustos mejor que nosotros mismos, y empresas como Cambridge Analytica son capaces de recomponer el perfil ideológico para venderlo al mejor postor.

Otra conclusión es que no solo el mercado es insaciable, sino que el poder político no tiene límites para imponerse, como lo acredita el uso sin pudor de estos mecanismos en otras campañas electorales. Dicen que para ganar electoralmente la calle hay que ganar la batalla de las redes sociales y de las corrientes de opinión, y todos tienen comités encargados no solo de publicitar las bondades del producto ideológico propio, sino de intoxicar y denostar al adversario con medias verdades y grandes mentiras. Ya sabes, no creas todo lo que ves, pues todo es más de lo que parece.

* Abogado y mediador