El genial físico Richard Feynman estaba entre furioso y desesperado. Su brillante hijo Carl, estudiante del MIT, le acababa de dar la peor de las noticias. "Quiere ser un maldito filósofo" le explicó a un amigo. Como le gustaban las cosas prácticas, Feynman no entendía para qué servían los filósofos. Otro físico, Stephen Hawking, va un poco más lejos y asegura que la filosofía está muerta. Dado que Feynman y Hawking, junto a Einstein, forman la Santísima Trinidad popular de la física del siglo XX cabe sospechar que tipos tan listos puedan tener razón y efectivamente la filosofía se debata entre la inutilidad y la inanidad. Por lo menos el hijo de Feynman en un arrebato de cordura dejó la filosofía por la informática. Otros no han sido tan sabios y así les va...

En la antigüedad clásica, en Grecia, el término "sophos" (sabio) se aplicaba a aquellos que como Feynman era hábiles haciendo cosas prácticas. Destacar la utilidad era lo más inteligente en tiempos de estricta supervivencia. Pero fue evolucionando su significado haciéndose más amplio para abarcar otros valores y satisfacer distintas necesidades humanas. No solo de pan vive el hombre. Los que eran denominados sabios se fueron ocupando también de pensar sobre otros valores: la belleza, la justicia, el bien, la verdad y, al fin pero no menos importante, la felicidad.

Desde Tales de Mileto y durante dos mil años, las figuras del filósofo y del científico eran casi indistinguibles. Así los estoicos se ocupaban tanto de la física como de la lógica y la ética. Por ejemplo, Lucrecio, que en su poema Sobre la naturaleza de las cosas combinaba la física atomista de Demócrito con la filosofía moral de Epicuro en un esfuerzo de comprender la realidad, tanto la física como la humana. Eran tiempos en los que los inquisidores perseguían a "malditos" pensadores como Miguel Servet o Giordano Bruno tanto por filósofos como por científicos. Pero con Galileo esta visión totalizadora e integradora sufrió una crisis. Porque el físico italiano dotó a la ciencia de un método específico para descubrir la verdad. Y algunos científicos se decantaron por el punto de vista reduccionista, según el cual todo el conocimiento debía seguir este modelo si no quería ser expulsado al reverso tenebroso de lo irracional, lo supersticioso o la simple y vulgar palabrería.

Sin embargo, lo que está más bien naufragando es el punto de vista estrecho de los reduccionistas. Gracias a matemáticos como Roger Penrose, físicos como Freeman Dyson, filósofos como Daniel Dennett o psicólogos como Steven Pinker se está imponiendo una visión integradora de variadas disciplinas en lo que el sociobiólogo Edward O. Wilson ha denominado "consiliencia", una aproximación racionalista a la combinación de las ciencias con las humanidades y las artes. Según el poeta Keats, Newton habría destruido la poesía del arco iris al explicar sus colores con un prisma; a lo que el biólogo Richard Dawkins responde que la explicación científica añade el desvelamiento de la maravilla y el asombro de su comprensión racional a la satisfacción estética y el éxtasis místico. Contra Feynman y Keats, hay distintas pero complementarias fuentes de conocimiento.

Los filósofos son efectivamente malditos pero no en el sentido de "ser perversos, de mala intención y dañadas costumbres" (primera acepción del DRAE) sino en el de "molestar o desagradar" (acepción quinta). Medio poetas, medio científicos, más amigos de plantear preguntas incómodas que de proporcionar respuestas estupefacientes, el filósofo no puede evitar ser un fastidio para los poderes establecidos y las verdades complacientes. La verdadera decadencia de las polis griegas no llegó con la conquista de Alejandro Magno sino con el asesinato de Sócrates. Bendigamos a esos malditos.

* Profesor de Filosofía