Excelente lema, sin duda, para cualquier empresa o actitud frente a trato y derecho de gentes. Y cuánto más cuando estas personas --hombres y mujeres-- pertenecen a la geografía del planeta más entrañable para los españoles, sin distinción de ideología o legítimas opciones políticas. Está así fuera de toda discusión el agradecimiento que los hispanos habitantes de la metrópoli del que fuera durante 300 años el mayor imperio ultramarino registrado en los anales de la Historia, deben en la hora actual a aquellos que desde la otra orilla del Atlántico vinieron a ella en número considerable en el cruce del siglo XX al XXI.

Gratitud del más alto vuelo por su decisiva, crucial aportación al gran florecimiento material y social alcanzado por la antigua cabeza del mundo hispánico en el referido periodo. La inyección de energía, esfuerzo e ilusión en las venas ya un tanto atrofiadas de una sociedad, como todas las de la vieja Europa, desesperanzada y escéptica es ciertamente incalculable, pese a las más sofisticadas estadísticas de bancos y ministerios estatales. Las calles españolas se hicieron más alegres y las aulas infantiles, a punto de colapsarse no por la masificación sino por el fenómeno contrario, recuperaron el clima de otros tiempos, al servicio ahora de unos niños que, retornados a sus países, se convertirían en su más preciado capital para las inversiones del futuro.

A su comportamiento y modales por lo común exquisitos, propios de pueblos dotados, rubendarianamente, de gran dignidad --¿herencia en gran parte de la antigua internacionalmente admirada «gravedad» española?--, sus anfitriones respondieron de ordinario con la misma moneda, con impecable respeto a su idiosincrasia y talante.

Y por último, aunque no obstante quizás en primer lugar, empatía del mejor linaje. Pese al esporádico --y muy censurable-- empleo de términos como «sudaca», el halo de universal simpatía que ha envuelto la relación cuotidiana entre los españoles de ambos mundos afincados en la piel de toro ha sido envidiable. Messi y algún otro astro rey de nascencia también suramericana no exclusivizaron por fortuna el aura de empatía del lado de millones de españoles, que no la regatearon a los centenares de miles de sus compatriotas que ejercieron en la ya muy anciana «madre patria» oficios y labores distintos a los futbolísticos, pero si cabe más beneficiosos y rentables para la envejecida población autónoma.

Todavía y venturosamente los aeropuertos españoles, en postura muy diferente a los de la nación que hoy tiene el peso de la púrpura, acogen familias provenientes de las tierras ultramarinas que un día formaron porción sustantiva de la Corona de Austrias y Borbones. Entre sus miembros, figuran generalmente no pocos niños. Ojalá que, en el inmediato porvenir, España esté a la altura de su responsabilidad histórica y moral, y sea capaz de encontrarse al nivel de los sueños e iridiscentes proyectos forjados noblemente para ellos por sus padres.

* Catedrático