La intrahistoria, al no pertenecer al ámbito de lo público, solo vive un presente espacialmente limitado a su ámbito. Pero en esencia, es tan historia como las demás porque no solo es lo que se puede relatar sino lo que efectivamente ha pasado, aunque no se haya contado. Y el pueblo gitano, por motivos que no vienen al caso de esta columna, tiene mucha y muy valiosa intrahistoria. Es obligación de esta parte incorporar a la historia todos esos flecos preciosos que mi raza conlleva. ¡Y qué mejor que el Diario de mi ciudad! En esta ocasión no trataré sobre el misterioso origen o sobre sus virtudes interpretando el flamenco, su música preciada. Tampoco sobre la belleza oriental de sus mujeres, o el privilegiado conocimiento del mundo de los caballos. Tampoco de la paz de sus ancianos por sentirse tan acompañados. A eso ya estamos acostumbrados, y por tanto, ya está incorporando a la historia general. Hoy les hablaré de una profesión típica gitana tan sublime como silenciada por la envidia: les hablo de las gitanas y los gitanos anticuarios de los que a pesar de ser muy conocidos en el ámbito, los demás anticuarios no se atreven a piropear en público porque les cuesta trabajo reconocer que personas consideradas históricamente de origen social excluido y por tanto sin especiales estudios concretos, los han superado en conocimientos una y otra vez. Pero cuidado, no les hablo de comerciantes de arte, es decir de tratantes. No, me refiero a la cultura pura y dura, es decir, a los profundos conocimientos de historia del Arte de los que han gozado los gitanos tomando como base la intuición y la observación y posterior profundización y que ha significado que desde los años setenta para acá, los mayores especialistas de arte sean los gitanos y sus esposas, muy por encima, con todo respeto, de todos los demás. Yo mismo, de pequeño, he visto cómo han dejado con la boca abierta a los más celebres expertos de arte de toda Europa. Y añado, porque lo tengo que añadir, que el gitano anticuario consideraba que su profesión le requería una imagen estética acorde a la belleza de sus piezas y por ello, las gitanas y gitanos anticuarios no solo eran más expertos sino más elegantes no solo en la elección del vestir sino andando por la calle con sus preciosos trajes. Por manos gitanas --y honradamente-- han pasado las mejores obras de los mejores autores. Piezas que luego hicieron ricos a sus compradores payos porque el único defecto del anticuario gitano es que tendía a comprar y vender más que a guardar. Qué pena que hoy sea más difícil vender un cuadro que meter un rico de esos que hicieron ricos los gitanos por el ojo de una aguja. Pero tranquilos, que lo antiguo volverá porque la historia lo demuestra. Esa historia que ya os tiene que tener en cuenta.

* Abogado