El escándalo del Gobierno catalán es una de las vergüenzas más grandes a las que se puede someter a un país. Pucherazo, mentira, falsedad, engaño, urnas opacas que ya contenían las papeletas, personas que votaban varias veces, falsos montajes de heridos que sangraban y que eran fotos de apaleados por los mozos de escuadra en una manifestación de hace cinco años y otras irregularidades del Govern conforman la retahíla de mentiras más grandes que puedan ocurrir. Cinismo, desfachatez, demagogia de un grupo de fascistas disfrazados de demócratas. Puigdemont ha demostrado ser un tipo siniestro que ha logrado engañar a su gente como hizo Hitler en los años treinta cuando subió al poder. No ha tenido escrúpulos en alentar a que se pusieran a niños en primera línea para que se escapara una pelota de goma e hiriera a una criatura. No ha tenido pudor en mandar a los ancianos a los colegios para que se enfrentaran con la policía. Ha manipulado a su propia policía convirtiéndola en policía política, cuando en realidad debía ser policía judicial. Nunca había visto a lo largo de mi vida a un político tan deplorable, cínico, manipulador y terrorífico, que es capaz de sacrificar vidas por un sueño demodée que está fuera de toda legalidad.

Personas de una catalanidad intachable como el cantante Juan Manuel Serrat o numerosos escritores con sentido común han defendido la legalidad. Un político no puede engañar de esta manera a su pueblo y exigir con un falso referéndum la independencia de Cataluña. Hasta el número de votantes y de votos se lo ha inventado. ¿Qué pretende esta minoría de separatistas catalanes? ¿Desligarse por la fuerza de España? En Cataluña hay casi ocho millones de personas, que se quedaron en sus casas amedrentadas. Juan Marsé, Eduardo Mendoza, Joan Manuel Serrat, Isabel Coixet, Nuria Amat y otros artistas e intelectuales catalanes se pronunciaron en días pasados sobre el proceso secesionista. Mendoza dijo que «es rigurosamente incompatible con un Estado de Derecho». Serrat, el más famoso de los cantantes catalanes, manifestó antes de ser insultado, amenazado y casi ultrajado: «Yo no iría a votar a unas elecciones que no apelaran a la mayoría de la ciudadanía y que no fuera realmente vinculante». «Deberían pasar cosas para que algo de tamaña importancia ocurra con las garantías que requiere una decisión tan grave». Otro Premio Cervantes catalán, Eduardo Mendoza, explicó: «Se hará porque han dicho que se tiene que hacer. Pero, tal como se hace, el mismo referéndum anula su razón de ser. Todo es un proceso descarrilado. El tren sigue corriendo pero ya fuera de las vías. La culpa es de todos, pero sobre todo de haber mezclado todo esto con el nacionalismo». El escritor Valentí Puig dijo, por su parte: «Personalmente, la impresión es de que --en el mejor de los casos-- vamos a entrar en un laberinto tosco y arriesgado, del que nadie conoce la salida».

Hay numerosas manifestaciones de personajes de la cultura catalana que ven como algo demencial la locura de una Cataluña separada de España, pero un grupo de visionarios ha logrado la cuadratura del círculo, que la burguesía catalana más conservadora --autora de este delirio-- convierta en sus socios a la izquierda más radical. La jugada es maestra.

El Gobierno de Madrid no debió alejarse tanto de Cataluña, aunque dinero siempre le dio a espuertas y los gobiernos catalanes robaron todo lo que pudieron. Ahí está Pujol con millones de euros en Andorra. Dicho Gobierno permitió desde el primer momento que desaparecieran de los edificios oficiales la bandera española, que en los textos de los libros de texto se ignorara al resto de España --solo existía Cataluña--, que la lengua española desapareciera de los estudios prácticamente, o de los rótulos de las calles y que el diálogo se fuese perdiendo paulatinamente. Crearon a sus monstruos. El PP y sus gobernantes han propiciado esta situación por la falta de diálogo y de firmeza.

Ahora los separatistas van a proclamar como resultado de un falso referéndum la independencia. La Unión Europea, la ONU y muchos estamentos internaciones están en contra porque si Puigdemont y su pandilla lograran sus propósitos --que es casi imposible que lo consigan, pues conociendo bien la situación, antes se produce una guerra civil o un golpe de estado de los militares y de nuevo nos llega el fantasma de los cuarenta años de terror--, Francia, Reino Unido, Italia, Alemania y otros países se desgajarían poco a poco, al igual que el resto de España. Ahí espera el País Vasco, Valencia, Galicia y hasta Andalucía, y volveríamos a los Reinos de Taifas y a la desintegración del sueño europeo. Ahí está Putin relamiendo sus bigotes de gusto. Y a Trump tampoco le desagrada la idea de una Europa débil y fragmentada.

Esta locura, como han dicho sensatos escritores, cineastas, juristas, profesores tiene que acabar con la utilización del diálogo, pues el uno de octubre salieron a la calle los policías por orden judicial y hubo varios cientos de heridos, pero me aterra pensar que en fechas próximas sean los tanques los que inunden las calles y España vuelva a una de sus peores pesadillas, que costó un millón de muertos. México fue el exilio de miles de españoles que huyeron de la muerte.

* Escritor y periodista

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