Cuatro ventanales de diferentes tamaños dejan pasar la luz al interior de España.

Por el más grande, de 137 cuadrículas, entra aire moderado y por el pequeño de 32 cuadrículas se escucha música extraña. Por el de 85 se ofrece la vid del cambio en espera de que se produzcan uvas amargas y por el de 71 España ha decidido olvidar la radicalidad malsana. Por la ventana grande se puede ver una Europa en sus dudas e interrogantes y se ofrecen copas de espumosas fantasías deliciosas por la mediana. Salvo quienes miran por el gran ventanal el resto de ocupantes solo ven polvo de desdicha a través de sus microscopios.

Tras estas elecciones España no ríe a carcajadas ni puede observar nubes de incienso, porque ha parido hijos, incapaces de llegar al Gran Acuerdo.

Los jefes de las tres ventanas más pequeñas no ven que los frutos de las tierras de España bullen y quieren abrirse paso sobre la dura corteza. Todos esperan que no traigan prolíficos dolores a estas besanas.

Desde el pasado 20 de diciembre los habitantes de las tres salas más pequeñas han sido devoradores devorados que, a partir de mañana, vagarán por desolados pasillos madrileños entre el bosque muerto de sus ideas como árboles huecos, incapaces de generar una vigorosa progenie de avances.

Siguen pensando dejar España en pañales. No reconocerán que el pasado día 27 cesó la guerra y que las huestes partidarias tienen que huir como sombras a sus cavernas y dejar viva a España.

José Javier Rodríguez Alcaide

Córdoba