El caso del constructor Antonio Gimeno y los desahucios puede parecer de una singularidad rayana en el exotismo, pero no debería serlo. En síntesis, este emprendedor, pillado --como tantos otros del sector inmobiliario-- con una promoción sin vender debido a la crisis, ha puesto a disposición de los desahuciados de la población valenciana de L´Alcúdia 25 pisos nuevos a un alquiler casi simbólico de 50 euros mensuales, y se compromete a mantener estas condiciones durante dos años. En su decisión ha pesado mucho la experiencia personal de haber sufrido un cáncer que le hizo replantearse las prioridades vitales y la relación con los demás. Pero no debería ser necesario pasar por un trance así para que quienes tienen el poder económico y político concluyesen que es una paradoja hiriente e inaceptable que en España haya centenares de miles de viviendas vacías y, al mismo tiempo, miles de personas sean desahuciadas de su hogar por no poder afrontar el pago de la hipoteca.

La moratoria aprobada hace tres semanas por el Gobierno venía precedida de grandes expectativas pero se quedó muy corta. Seguramente es inimaginable un ajuste generalizado a la baja de las hipotecas en consonancia con el descenso del precio real de los inmuebles afectados, pero la iniciativa de Antonio Gimeno demuestra que hay margen para soluciones imaginativas y justas. Es lo que esperan no solo los afectados por el drama hipotecario, sino cualquier persona con sentido de la decencia y la dignidad.