El patio de un colegio se abre a la mañana de un despertar cívico. ¿De qué sirve tener abandonado un inmueble de titularidad pública? En Córdoba hemos mantenido demasiados "cadáveres urbanos", como la antigua Escuela de Magisterio, el cine Séneca o el Pabellón Polideportivo en el distrito Sur. Se remodelaron la Escuela de Magisterio, gran estrella del Plan Urban Sur, y el cine Séneca. Pero del viejo Polideportivo de la Juventud, que vio volar a Derrick Gervin y marcar, dos veces, más de 60 puntos, sólo queda el vestigio de sus sombras de piedra, esas esculturas como túmulos, mirando hacia la edad en que las obras públicas, los equipamientos y sus usos, tenían otro valor.

No ha pasado lo mismo con el colegio Rey Heredia. O podría haber ocurrido, de no ser por la gente que ha salvado ese espacio desierto, sin dejarlo morir, reconvirtiéndolo en acción social. Los colectivos que han formado la Acampada Dignidad en los últimos seis meses dan cien comidas diarias, han montado talleres de formación y educativos, una biblioteca propia, mediante donaciones, y catalogada, una ludoteca con juguetes para los niños, reuniones de desempleados y otras actividades compartidas, en una suerte de motivación continua que tiene mucho de recuperación de ese antiguo espíritu de las asociaciones vecinales tan activas durante los últimos años del franquismo, cuando también se pensaba que la solidaridad podía mover el mundo.

Ahora, el juez de instrucción José Luis Rodríguez Laínz ha dado un mes de plazo para el desalojo del inmueble. Las asociaciones van recurrir: alegarán que el edificio abandonado es de titularidad pública, que le han dado una utilidad de apoyo ciudadano y actividades sociales y no se ha usado como residencia para nadie. El plazo fijado por el titular del Juzgado de Instrucción 4 de Córdoba responde a la demanda de la Fiscalía de medidas cautelares para expulsar a las asociaciones vecinales del antiguo colegio Rey Heredia. Y el Ayuntamiento, titular del inmueble, se ha personado como parte y ha reclamado el desalojo de un edificio que llevaba dos años sin ocupación.

En estos últimos seis meses, lo que podría haber sido otro escenario abandonado por sus protagonistas, en una especie de desolación de pavimentos sordos, con las paredes mudas, se ha convertido en un verdadero centro de acción social, que ha sido limpiado y puesto en funcionamiento por los miembros de estos colectivos. Más allá de las cien comidas diarias --lo que no es poco--, en esta Acampada Dignidad se ha recuperado precisamente eso: una dignidad pública, ese orgullo sólido y callado de una población que se atreve, de nuevo, a llamarse a sí misma ciudadana y plena de derechos.

Córdoba ha sufrido en marzo la mayor subida nacional del paro, superada sólo por Jaén: 2.899 personas. Hay otra existencia más allá de las agendas políticas: una vida difícil, menuda y acendrada, en la que cada gesto adquiere su valor. Si el inmueble fuera de titularidad privada, estaríamos ante otra situación. Pero si es del Ayuntamiento, pertenece a la población. Y estos vecinos han logrado lo que debería haber conseguido el Ayuntamiento: ilusionar, levantar y agrupar a la gente en un proyecto de ciudadanía.

El principio de legalidad, nos enseña el Derecho Natural, ha sido creado para las personas; lo que no siempre funciona, por igual, al revés. Esta era una ocasión única --no hay tantas-- para haber mostrado no sólo más cintura, sino esa auténtica intuición que proyecta a los líderes naturales sobre la acción colectiva. No me imagino a Adolfo Suárez cerrando el colegio Rey Heredia, sino paseando por allí, charlando, tratando de entender y también de explicar sus propios motivos, dando sus razones y escuchando.

Los ciudadanos legitiman a los gobernantes, pero no al revés. La democracia es una mentalidad, no una papeleta cada cuatro años. Ha faltado visión para entender que no estamos ante un grupo radical, sino ante vecinos y familias que tratan de mejorar su relación con la cotidianeidad. La Acampada Dignidad está dando un ejemplo de convivencia cívica y ha vuelto a demostrar que, frente al diletantismo político, los buenos ciudadanos se bastan a sí mismos.

* Escritor