La corrupción está en el centro de las preocupaciones de los españoles. Y los corruptos son señalados por el grueso de la sociedad como ese puñado de inmorales que aprovechan la oportunidad de sus puestos de responsabilidad dentro de la sociedad para sacar un provecho personal mediante el engaño y el robo. La historia nos enseña que quienes un día condenaron la corrupción desde fuera del poder acabaron comportándose de la misma manera. La historia se ha repetido tantas veces que ha terminado acuñándose la expresión absolutamente aceptada por todos de que "el poder corrompe".

Algunos, sin embargo, siguen insistiendo ahora en que la corrupción se puede resolver castigando de forma ejemplar a los culpables y cambiándolos por otros con una mayor catadura moral. En mi opinión, esa solución demuestra un desconocimiento ab-soluto de la raíz del problema. Porque la corrupción, como muchos otros comportamientos egoístas de las personas y los grupos, está profundamente arraigada en la naturaleza del ser humano. Es más, la tendencia a mentir y robar es común en todos los organismos vivos, desde las bacterias a las plantas y animales. En una manada de ñus, por ejemplo, los individuos se reparten el tiempo entre la vigilancia y la alimentación, pero siempre hay algunos que cuando les toca vigilar encuentran la manera de no hacerlo y seguir comiendo aprovechándose de que otros cumplen con la vigilancia.

El hombre es egoísta por naturaleza. Cuenta Dan Ariely, experto en economía de la conducta, que la inmensa mayoría de las personas pertenece al grupo del 98%. La cifra viene de una historia que le contó un alumno sobre un cerrajero al que acudió una vez que se dejó las llaves dentro de casa. Al alumno le sorprendió la facilidad con la que el cerrajero pudo abrir la puerta. Pero más sorprendido aún se quedó cuando el cerrajero le aseguró que las cerraduras están pensadas no para los ladrones sino para disuadir a la gente decente. Desde su experiencia, las personas nos clasificamos de la siguiente manera: el 1% no robaría nunca, otro 1% siempre intentará robar, mientras que el 98% de nosotros somos honestos pero solo mientras no se den ciertas circunstancias.

Pero, ¿qué circunstancias tienen que darse para que aflore el mentiroso o el pequeño estafador que el 98% de nosotros lleva dentro? Pues es más sencillo de lo que parece: solo hace falta que no nos dejen mucho tiempo para pensarlo y que seamos capaces de justificarlo. Cuanto menos tiempo para pensar y más capacidad de justificación, mayores podrán ser nuestras fechorías. Es más, el robo lo veremos más justificado si sentimos que en realidad lo hacemos en beneficio de nuestro grupo (la familia, el partido, el país). Esta base biológica de la corrupción se apoya en un reciente estudio en el que se muestra que la administración de oxitocina, molécula que favorece la cohesión del grupo, aumenta la capacidad de justificación de una mentira por el bien del grupo.

La naturaleza de la corrupción sugiere varias líneas de actuación para combatirla: a) no dar la oportunidad de que pueda ocurrir, b) alargar el tiempo de toma de decisiones para permitir la reflexión y el autocontrol, c) minimizar la capacidad de justificación fomentando los valores morales y reduciendo el exceso de cohesión de los círculos familiares o de amistad, d) fomentar la empatía de los individuos con los otros, sobre todo con los que están fuera del propio grupo, de modo que todos los ciudadanos se sientan parte de una misma sociedad, de un mismo país, compartiendo un proyecto común. Solo en un grupo universal se entenderá la moral como un valor universal.

* Profesor de la UCO