Hay aniversarios tan redondos que se celebran rodeados de actividades prolongadas en el tiempo, lo que si bien da cuenta de su importancia, hace que se diluya su impacto mediático. Es el caso del Museo Arqueológico de Córdoba, que este 2017 está de cumpleaños, el 150, lo que viene conmemorando durante todo el año con tanta discreción como constancia. Conferencias, instalaciones contemporáneas que interpretan las piezas arqueológicas, pasando por un concurso de relatos, el deporte, la danza, el teatro, exposiciones, recorridos temáticos o la recuperación de la memoria de las mujeres como sujetos de la historia --un filón aún casi virgen en el que está muy implicada la directora, María Dolores Baena Alcántara-- destacan entre las invitaciones del museo en torno al recuerdo de aquel 20 de marzo de 1867 en que se creó por decreto el Museo Arqueológico Nacional y algunos provinciales, entre ellos el nuestro. Un museo «que se hace día a día», según cuenta su directora, un centro vivo de cultura y creación, siempre tendiendo puentes --con ayuda de un eficaz voluntariado-- para facilitar el contacto con el público, que no son solo investigadores y eruditos sino cualquier persona interesada en indagar en el pasado para conocerlo y conocerse a sí misma.

Aunque está de sobra reconocido por sus importantes fondos y su trayectoria museológica, por sus buenas relaciones con la ciudad y las instituciones, pocos están al tanto de los orígenes de ese foco del saber ubicado en el palacio renacentista de los Páez de Castillejo. Fue el conservador del Museo de Antigüedades Luis Maraver y Alfaro quien presentó en 1866 la propuesta para su creación a la Comisión Provincial de Monumentos, y esta se encargó de animar a organismos y particulares de toda la provincia a que aportaran piezas que tuvieran en su poder o dieran referencia de ellas para su adquisición. Pero su principal punto de partida fue el gran hallazgo de piezas íberas y romanas cosechado en dos expediciones arqueológicas realizadas en 1866 y 1867 a Almedinilla y Fuente Tójar por el ya citado Luis Maraver. Desde entonces las colecciones del museo no han hecho más que crecer, abarcando desde la temprana Protohistoria hasta la Baja Edad Media. Porque el Arqueológico de Córdoba destaca tanto por el número y calidad de sus piezas como por su estado de conservación y el carácter único y emblemático que tienen muchas de ellas, tales como la cerámica neolítica de Zuheros, la Estela de Ategua, la preciosa escultura de Afrodita agachada, o el cervatillo de Medina Azahara, sin olvidar el privilegio de haber echado raíces sobre el teatro romano que se extiende a sus pies, un yacimiento que deja pasmado al visitante.

Se trata, pues, de un riquísimo tesoro puesto a salvo en buena parte gracias al esfuerzo de quienes lo han dirigido en cada momento, como aquella gran batalladora que fue Ana María Vicent, dispuesta siempre a poner a cada uno en su sitio si se trataba de salvar el patrimonio artístico; o la misma Lola Baena, a la que le ha tocado lidiar con el gran reto de la imprescindible ampliación del espacio físico, que una vez y otra se demora. Hace tiempo que el Museo Arqueológico se quedó pequeño, por lo que se puso en marcha un proyecto cuya primera fase fue la inauguración en 2011 del edificio de nueva planta anexo a su sede. En él se muestra una exposición con lo más escogido de la casa, mientras se alarga la espera de que el Ministerio de Educación y Cultura ponga en marcha por fin la adecuación arquitectónica y museográfica del palacio, que permitirá el disfrute del museo en todo su esplendor. Este 150 aniversario le ofrece la oportunidad histórica de hacerlo, que no debería desaprovechar.