En Italia, este año, la llegada del verano, el ansiado último día de colegio, la ilusión de las vacaciones venían precedidos por un halo de desasosiego. Había que pasar primero por el mal trago de vivir el Mundial de Rusia como parias del mundo. Había que asumir que se puede jugar un mundial de fútbol sin Italia, sin que te echen en falta, sin que disminuya mínimamente el valor y la calidad del evento. Es como cuando Mick Jagger y compañía le dijeron a Brian Jones que se quedara en su casa mientras los Rolling Stones seguían sin él. ¡A Brian Jones, uno de los fundadores del grupo! ¡A Italia, la tetracampeona! Tremendo.

Pero si queréis leer aquí el relato del hundimiento de una nación… va a ser que no. Desde que la pelota empezó a rodar el 14 de junio, la sensación general es que el trago no resulta tan amargo. Más bien hasta lo contrario. A pesar de todo, el Mundial está siendo una fiesta también en Italia. Y la prueba son los asombrosos datos de audiencias, no solo de partidos como Alemania-México o Brasil-Suiza sino también de un Marruecos-Irán jugado en horario intempestivo. O el 'hashtag' #mondiali, que es 'TT' inamovible desde el día 14. ¿Qué ha pasado? Básicamente, que se puede celebrar un mundial sin Italia, pero no sin italianos.

Razones nobles y razones chungas

Alguien podría atribuir el sorprendente fenómeno a que un país enamorado del fútbol no iba a renunciar a su amor solo por no tener protagonismo. Sin la 'Azzurra' en juego, los italianos habrían descubierto que se puede ver un partido sin la perspectiva partidista, disfrutando del espectáculo en sí. Amor noble, sincero y poético hacia el juego.

Nos hemos dado cuenta de que ya no seríamos los únicos en no pasarlo bien. Y eso nos reconforta

Pero estamos hablando de Italia, donde toda cara tiene su cruz. Y si bien creo que esta nueva forma genuina de disfrutar del evento se está apoderando poco a poco de la gente, hay también algo más. Hay más razones, nobles y menos nobles. Hasta chungas.

El pitido del árbitro Pitana que daba comienzo al primer partido del Mundial de Rusia resultó un momento catártico para muchos italianos desmoralizados. Empezaba la fiesta más molona a la que no estábamos invitados. A partir de ahora habría ganadores y perdedores, alegría para unos, pero también tristeza para otros. Eso. Tristeza para otros. Y aquí emerge la peculiaridad de filosofía de vida italiana: de pronto nos hemos dado cuenta de que ya no seríamos los únicos en no pasarlo bien. Y en Italia, saber que alguien lo pasa mal, igual o peor que tú, siempre ha sido razón de secreto regocijo, por muy mísera que sea tu situación. Cabe recordar que el refrán 'mal de muchos, consuelo de tontos', en Italia es 'mal comune, mezzo gaudio' (mal de muchos, medio goce).

Responder a Schweinsteiger

Los italianos no estamos en Rusia, vale. Pero ahora, por ejemplo, podemos contestar al tuit de Schweinsteiger que nos tomaba el pelo tras la eliminación frente a Suecia ("creo que Italia tiene muchas opciones de ganar el Mundial este año"). Y, de hecho, Materazzi, encarnando el pensamiento nacional, no tardó ni medio segundo en hacerlo tras el partido de Alemania contra México ("¿te acuerdas cuando comiste pizza en el 2006?"). ¿O queremos hablar acaso de la (de)presión a la que están sometidos los argentinos ahora mismo? Pues eso, tras meses de tristeza en solitario, ahora estamos de 'mezzo gaudio', amigos. ¿Justificación algo chunga? Sí, pero qué más da.

Otra razón de que este trago no resulte tan amargo es que ya nos hemos despachado a gusto. ¡Y de qué manera! Toda Europa se ha dado cuenta. Y se ha asustado. Un país acostumbrado a mitigar las penas y decepciones de la realidad en el mundo idealizado que ofrece el fútbol, se descubrió de forma abrupta enfermo y sin su droga para paliar el dolor. ¿Estoy diciendo que el terremoto político en Italia es hijo de la eliminación de la selección? No, no solo. Sería simplista decir que sí, pero igualmente superficial pensar que la debacle de Suecia no tuvo nada que ver. Fuimos a votar con una razón más de rabia y una menos de serenidad, como cuando vas a comprar al supermercado sin haber comido antes y con muchas prisas. Todo aporta, todo influye. Y en Italia, el fútbol influye.

Los vikingos italianos

Y, finalmente, existe una última razón, muy vinculada con la capacidad (o desfachatez) itálica de sobrevivir a todo y a pesar de todo: ¿han tumbado a nuestro equipo? Pues nos buscamos a otro. Algunos, entre los que me incluyo, vamos a muerte con la selección que tenga en sus filas más jugadores de nuestro propio club. En mi caso, como juventino, me reparto entre Argentina (Dybala e Higuaín) y Croacia (Mandzukic y Pjaca). Otros optan por un criterio más folclórico: ¿no está la 'Azzurra'? ¿Quién tiene la camiseta más parecida a la nuestra? ¿Islandia? Pues Islandia. Encima, son vikingos. Los vikingos molan. Y resulta que la mayoría de los italianos va ahora con los vikingos. Y en serio. Cualquier aficionado medio italiano reconoce y diferencia a Gudmudsson, Gunnarsson y Saevarsson sin necesidad de mirar su dorsal. Rurik Gislasson ha subido todos los peldaños de la clasificación local de 'sex symbols'. Niños, adultos y hasta abuelos se divierten con el 'geiser sound'. Es tanta la pasión italiana hacia Islandia que Halfredsson ha enviado un vídeo de agradecimiento… en italiano. En fin, tenemos a otra 'azzurra'.

¿Y cuando eliminen a Islandia, a Croacia o a Argentina? Encontraremos a otro equipo, sin problema. La sensación es que el mal momento por la exclusión ya ha pasado. Ya nos hemos desquitado la rabia a nuestra manera (¡madre mía!), tenemos a otras 'azzurras' a las que seguir, y cuando llegue por fin la final habrá tanta depresión entre las aficiones de los equipos eliminados que nuestro 'mezzo gaudio' será posiblemente solo inferior al goce que supone ganar un mundial. Pero siempre de goce se tratará. A pesar de todo, nos hemos colado en la fiesta.

Alberto Marini es guionista y director de cine e hincha de la Juventus